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El hombre: su grandeza y su debilidad Siguiendo la concepción antropológica franciscana, hecha desde un contexto emi– nentemente teocéntrico, vemos que la perso– na humana tiene cosas, actitudes, valores llenos de grandeza, y por otra parte, observa– mos su debilidad. San Francisco ve al hombre siempre en relación a Dios. Sólo así descubre su propia identidad, por eso "el hombre vale tanto cuanto es delante de Dios, eso vale y nada más" (Adm 20, 2). La dignidad del hombre reside en que ha sido creado por Dios, y redimido por Dios. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Cristo (Cfr. Adm 5,1). Sin embargo, el hombre es, por naturale– za, débil. "Por nuestra culpa -dice san Fran– cisco- somos falsos, miserables y contrarios al bien, prontos por el contrario al mal, como dice el Señor en el Evangelio: del corazón de los hombres vienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, las maldades, las tibiezas, las impudicias, las envidias, los falsos testimo– nios, las blasfemias, la soberbia, la idiotez, la lujuria. Todas estas cosas proceden de dentro del corazón del hombre, y son estas cosas las que lo contaminan" (lR 22, 5-8). A conse– cuencia de esta "debilidad", no valen las buenas intenciones respecto al tema de la paz. El hombre ha de esforzarse y superar sus caídas. El ser pacificadores conlleva el com– prender la debilidad humana. Y habrá que perdonar muchas veces. Y habrá que esfor– zarse por reconstruir la paz de forma conti– nua y perseverante. Podremos observar cómo la paz es similar a una planta delicada que necesita multitud de cuidados para seguir adelante y con salud: habrá que regar, quitar las malas hierbas, proporcionarle un clima adecuado, fumigarla contra las plagas de in– sectos. El humano es un ser social. Está llamado a la fraternidad. Es ahí donde se realiza como persona. Es ahí donde encuentra a su verda– dero "yo". La persona sola no podría recom– poner su auténtico "yo". Se ha dicho, y con razón, que la personalidad se forma a partir de diversas perspectivas complementarias, porque una cosa es lo que yo pienso de mi "yo" personal, otra es aquello que los demás piensan que soy yo, y otra cosa es aquello que en realidad soy. La fraternidad también se construye a partir de las mismas perspec– tivas. Necesita de todos para crecer. Cada miembro de una fraternidad es un espejo en el cual aquélla se puede mirar. Una de las grandezas principales del hom– bre consiste en poder construir la fraternidad. Una de sus bajezas principales es la capaci– dad que tiene para destruirla. La fraternidad exige dosis de cruz. Tropezamos, hacemos tropezar, pero hemos de levantarnos, ayudar a levantarse, ayudar a seguir. Y perdonare– mos y volveremos a tener que perdonar. Y rozaremos, y las aristas de nuestra piedra se redondearán. Y Cristo será nuestra fuerza y nuestra luz para ver a los demás como a hermanos, no como a una persona intrusa, no como a una persona caradura, vaga, amarga– da, rara de la cual no pudiéramos fiarnos. Cristo nos iluminará para construir la paz. El es la auténtica luz. La persona humana puede hacer las cosas de una o de otra forma. De ahí que en toda actividad pueden darse unos resultados u otros. Construir la paz exige hacer las cosas de una determinada forma, desarrollarlas en una peculiar manera. Los caminos de la paz coinciden en el amor. Una de las definiciones más curiosas que he oído de espiritualidad es ésta: la espiritua– lidad es la diferencia entre pelar patatas y pelar patatas; es decir, realizar algo con amor o sin él. Lo hecho con amor siempre fructi– fica, más tarde o más temprano, pero fructi– fica. Debido a que la persona humana es débi 1 por su calidad de pecadora, el hecho de la fraternidad siempre necesita reparaciones. La fraternidad es algo en lo que hemos de traba- 113
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