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gran pacificador; reconcilia al prefecto de Asís con el obispo; amansa al lobo de Gubia; cuida y pacifica a los leprosos; y restituye la serenidad a los hermanos tentados. Nos ase– gura su biógrafo Celano que "difícilmente podía darse turbación tan extremada en algún religioso que no cediese a la encendida pala– bra del Santo, trocándose en serenidad" (1 Cel 46). San Francisco quería que sus hijos irra– diaran la paz por doquier. A este propósito, aparece en la segunda Regla un texto muy significativo. Dice así: "Aconsejo, amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo a mis herma– nos que, cuando van por el mundo, no liti– guen ni contiendan de palabra, ni juzguen a otros; sino que sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes, hablando a todos decorosamente, como conviene" (2R 3, 10-12). Pide el Santo, con todas sus fuerzas, por favor y por Cristo, a quien más quiere, que los hermanos sean pacíficos para ser pacificadores. Les pide que sean mansos, educados, que tengan siempre vivo el espíri– tu de minoridad. A los siete primeros compañeros les en– comienda esta misión: "Id a anunciar la paz a los hombres (LM 3, 7). Quiere, en defini– tiva, que sus hijos irradien la paz por los caminos del mundo (Cfr. 2 Cel 59). Por eso el santo invita a sus hermanos, según la recomendación de Cristo, a que "en cual– quier casa que entraren primeramente digan: "La paz sea en esta casa" (lR 14, 2). San Francisco deseaba tener hermanos pacíficos, que sujetos a toda humana criatura no levantasen nunca ni pleitos ni contiendas (Cfr. IR 16, 7). Ese es el mejor modo de ser unos excelentes sembradores de paz. Un gue– rrero en activo ... ¿cómo puede ser un sem– brador de la paz? ... El santo de Asís hizo una opción radical por la paz. Mimó los gestos pacíficos. Se hizo experto en los pequeños detalles que alegran la vida a las personas. Pero bien 112 sabía "que la sociedad no es pacífica, que el hombre está instalado en permanente crisis y que tanto la sociedad, que él conoció, como todas las sociedades siempre han sido dualistas, han estado divididas en dirigentes y dirigidos, en los que mandan y los manda– dos, en los de arriba y en los de abajo, en fuertes y débiles, en poseedores y en despo– seídos, en libres y esclavos, en grandes y pequeños". < 2 > Ante las palabras de Cristo, que aparecen en el evangelio de Mateo: "Dichosos los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios" (Mt 5, 9), san Francisco escribe que "son verdaderamente pacíficos aquellos que en medio de todas las cosas que padecen en este siglo, conservan por el amor de nuestro Señor Jesucristo la paz del alma y el cuerpo" (Adm 15). Esto viene a ser lo que san Fran– cisco llamaba "la verdadera y perfecta ale– gría" (Flor 8).< 3 > Para Francisco la auténtica alegría se experimenta cuando se posee la paciencia y la paz a la vez. Entonces puede venir la prueba o el problema que sea... todo se llevará con gozo sereno. San Francisco sabe que la paz que debe– mos tener en la boca es aquella paz que nace del corazón. Sabe que la paz interior es una conquista personal que exige esfuerzo. Cier– to, que también es gracia divina, y es gracia divina ante todo, pero también está claro que ese regalo necesita la colaboración humana para su desarrollo. REFLEXION SOBRE LA CONCORDIA Y LA PAZ Muchos pensarán que el escribir sobre la paz, la concordia y el ser pacificadores es una pérdida de tiempo. He de confesar que yo con frecuencia pienso así. Creo que en la vida lo teórico va por un sendero y lo prác– tico por otro. No obstante, voy a seguir adelante con mi reflexión, que voy a dividir en tres apartados:

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