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SER PACIFICADORES Jesús Lucas Rodríguez García, ofmcap. Introducción Una cosa es "ser pacíficos" y otra cosa, muy distinta, es "ser pacificadores". Lo de "ser pacíficos" depende más directamente de la herencia genética de la persona, de su modo de ser. En cambio, lo de "ser pacifica– dores" es un empeño, una actividad, un es– fuerzo para lograr que brote, se conserve y fomente un clima de paz. El humano es por naturaleza un ser so– cial. Toda persona debe trabajar por la cons– trucción de un mundo en paz. Más concreta– mente, el cristiano, por esencia, tiene la vo– cación a "ser pacificador". Otro problema es que escuche o no esa llamada. Construir la paz es un proceso. La paz con Dios y con los hermanos nace gratuita– mente en el corazón. A nosotros nos corres– ponde que esa paz se desborde a los demás: en primer lugar, a la familia, a los vecinos, a los hermanos de cerca. Luego sucede una reacción en cadena. Se da el milagro. Cada persona, cada hermano, cada vecino, cada familiar expansiona la paz a su alrededor. Se consigue así el clima de paz que inunda a los pueblos y a las naciones. Por tanto, vemos cómo la paz interior es la fuente de donde mana la paz externa. En el tema de la paz vemos de nuevo la importan– cia de la oración que es el medio por el cual el Señor nos bendice. La fuente última de la paz tiene su origen en Dios. De Dios procede todo lo bueno. Si tengo paz podré dar paz. Del mismo modo sólo podré transmitir ale– gría si estoy alegre. Es un hecho constatable. La Palabra de Dios y la paz El precepto "no matarás" (Mt 5, 21) con– lleva para Jesús de Nazaret el pedir la paz del corazón y denunciar la inmoralidad de la cólera homicida y del odio. Hay muchas formas de matar: no impedir la guerra, crear la guerra, "soplar" para que las llamas de la guerra se extiendan. En otras palabras: no ser pacificador, fomentar cualquier tipo de vio– lencia espantando la paz, envenenar el am– biente para animar el enfrentamiento entre las personas. El Catecismo de la Iglesia Católica afir– ma que "la paz terrenal" es imagen y fruto de la paz de Cristo, el "Príncipe de la paz" mesiánica (Is 9, 5). Por la sangre de su cruz "dio mut?rte al odio en su carne" (Ef 2, 16; cfr. Col 1, 20-22), reconcilió con Dios a los hombres e hizo de su Iglesia el sacramento de la unidad del género humano y de su unión con Dios. "El es nuestra paz" (Ef 2, 14). Declara "bienaventurados a los que cons– truyen la paz" (Mt 5, 9).<1) En el mensaje evangélico la paz ocupa un gran espacio. La paz es el fin de todo. Jesús dice: "en cualquier casa que entréis, antes de todo decir: la paz esté en esta casa" (Le 1 O, 5). La paz prepara el Reino de Dios. En último término también el Reino de Dios es la paz a la que todo corazón humano aspira. A través de toda la Sagrada Escritura vemos una constante: Dios trata de guiar al hombre.' Le advierte del peligro de los ído– los: esclavizan y no dan la felicidad. Toda la Palabra de Dios se puede leer en clave liberadora: el Señor desea que el ser humano sea libre y tenga paz. La espiritua1idad franciscana y la paz A lo largo de los siglos se ha visto a san Francisco como un artífice de la paz. Entre las grandes funciones que el santo espera del Ministro general destaca ésta: "que sea un hombre pacificador" (2 Cel 185). El fue un 111
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