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cobrado fuerzas espirituales en ella. De otra manera todo es martillear y hacer poco más que nada; y a veces nada; y aun a veces daño. Dios os libre que se comience a enva– necer la sal. Por más que se hace algo por fuera, en substancia no será nada. Está cierto que las buenas obras no pueden hacerse sino en virtud de Dios".< 6 l Por tanto, como vemos, es muy importante orar por la paz. El fruto depende de ello. La acción del Espíritu En la paz la acción del Espíritu lo es todo. Si hay paz en el mundo es porque por ahí "susurra" el Espíritu. Si hay guerra en el mundo es porque el Espíritu está ausente en los corazones de quienes hacen la guerra. La acción del Espíritu en nosotros es múltiple: sana las heridas del pecado, nos da fuerza para resistir, ilumina para ver, fortifica la voluntad. La paz y el gozo son signos habi– tuales de la acción del Espíritu en nosotros. Hemos de recordar continuamente que no es tanto lo que nosotros hacemos como lo que el Espíritu del Señor puede hacer por nosotros y a través de nosotros. Por eso con la fuerza del Espíritu podremos ser construc– tores de la paz. Si tenemos la fuerza del Espíritu no importa lo difícil que sea la empresa a realizar: la tarea saldrá bien. CONCLUSION Quiero recordar que el cristiano tiene una vocación inseparable de su condición de se– guidor de Cristo: la de ser pacificador. Po– dremos tener un carácter más fuerte o más dulce, pero todos estamos llamados a sem– brar la paz. Si yo siembro la paz a mi alrede– dor el mundo será más humano y más cristia– no. Sembrando la paz se siembra el reino de Dios en nosotros. Nuestro mundo está falto de paz. Este es el motivo por el cual la tarea que todos los hombres y mujeres de buena voluntad tienen, necesita urgencia. Hemos de empeñamos en la empresa. San Francisco nos enseñó la importancia de ser pacificadores. Este oficio requiere co– raje. Requiere la ayuda de Dios. Requiere nuestra disposición. Con estos elementos, si nos proponemos sembrar la paz hasta las últimas consecuencias, nos partirán, pero no nos doblarán. Bien sabemos que si deseamos algo, cos– tará esfuerzo. La paz, en cuanto a nuestra colaboración se refiere, requiere esfuerzo y educación en la misma. Muchas veces co– menzamos a poner a trabajar nuestras poten– cialidades cuando nos damos cuenta de una necesidad. Quisiera que estas páginas hubie– ran servido para esto: para despertar a la vocación de ser pacificadores. ¡El Señor nos ayude a no defraudarlo en esta misión! NOTAS ( 1) Catecismo de la Iglesia Catóiica, Madrid 1992, nº 2305; p. 506. (2) J. A MERINO, Humanismo franciscano y mundo actual, Madrid 1982, p. 177. (3) Esta "florecilla" tiene su primer y original borra– dor en la Admonición 5ª. El hermano Leonardo de Asís escribió otra redacción más rápida y escueta. (4) K. ESSER, "Evítese el pecado de envidia" en , Selecciones de Franciscanismo, 14 (1985) 131. (5) J. C. R. GARCIA PAREDES, Un largo amanecer, Madrid 1991, 196-197. (6) S. JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual B. 29, 3. 121

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