BCCCAP00000000000000000001648

mismo" (1 Sam 18, 1; 20, 17). Singulares son también las amistades de Jesús con Lázaro, Marta y María (Jn 11, 5-11) y con Juan evangelista (Jn 13, 23). La amistad cristiana es una capacidad nueva de amar a los hombres y a las mujeres. El creyente es llamado a amar y estrechar amistades en Cristo, con Cristo y mediante Cristo. La amistad conduce a la ·paz. Quien se siente querido tiene la capacidad de que– rer. En la escuela de la amistad se aprende a convivir, a perdonar, a darse y a comprender. Quien todo lo comprende, todo lo perdona. Ayudar al pobre El ayudar al hermano pobre y necesitado constituye otro de los manantiales de la paz. ¿Quién no ha sentido una cierta paz inexpre– sable cuando se ha ayudado a un pobre? Ayudar al pobre es pensar en el bien común, es pensar en la paz, es recordar que lo bueno de este mundo está hecho para todos. El pobre es el predilecto de Dios. Cuando ayu– das al pobre Dios recompensa de inmediato. La Sagrada Escritura nos anima en todo momento a ayudar al débil. El fuerte debe ayudar al débil. Todos hemos de seguir ade– lante y no puede nadie quedar atrás pues Dios nos pedirá cuentas del hermano. No podemos olvidar que una de las primeras preguntas que aparecen en la Biblia es ésta: "¿Dónde está tu hermano Abel?" (Gn 4, 9). Es Dios, claro está, quien hace la pregunta. Es Dios quien pregunta por el hermano au– sente. Cooperar con las instituciones que se empeñan en ayudar al oprimido y que buscan la paz entre todos, es un medio estupendo de ser "constructores de paz". Entre más paz se siembra más paz se cosecha. El cristiano está llamado a ser un sembrador de paz. Siempre que se ayuda al necesitado se calman sus ansiedades, florece la paz. Educar para la paz Para su progreso, la paz necesita una educación. Si nos educamos para la paz 120 responderemos mejor a su fomento. El profe– ta en la paz es el pedagogo de la paz. La paz tiene sus leyes y el ignorante no las com– prende. Por eso una forma excelente de crear la paz es educar para la misma. En este sentido las familias tendrían la máxima res– ponsabilidad. Si ya desde la más tierna infan– cia se educa en la fe, en el perdón, en el diálogo y en el ayudar al necesitado, se están poniendo las bases necesarias para que triun– fe la paz. Educar para la paz es sembrar optimismo, es saber disminuir las tensiones hasta suprimirlas, en nosotros mismos y en los demás. Jesús es el centro Hemos dejado este punto para el final de la reflexión, pero tiene un valor único. Cristo es el "Príncipe de la paz". El cristiano sabe que Cristo siembra la paz en nuestros corazo– nes. Desde su paz podemos transmitir a todos esa paz que sólo Dios sabe' dar. La oración a Jesús y la oración a Dios desde Jesús es esencial. Hemos de pedir al Señor aquello que necesitamos. Esto es lo que Jesús nos ha enseñado en el Evangelio. Si yo necesito algo para mí o para mi herma– no he de acudir al Señor Jesús con fe y perdonando a todos. Estas son las dos leyes principales de la oración evangélica. Si nece– sito la paz interior Jesús me la dará. Si necesito fuerzas para sembrar la paz a mi alrededor. .. Jesús me las dará. La oración es fuente de la paz. Si yo adquiero paz en mi corazón mediante la oración, entonces y sólo entonces la podré comunicar a raudales a mis hermanos. San Juan de la Cruz, hablando de la importancia de la oración, nos decía estas palabras: "Adviertan, pues, aquí los que son muy activos y que piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración. Cierto, entonces harían más y con menos trabajo con una obra que con mil, mereciéndolo su oración y habiendo

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz