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La humildad El mundo en el cual vivimos es poco amigo de la humildad. La humildad se deja para los derrotados o para los oprimidos. El orgullo humano no quiere saber nada de su auténtica realidad por eso intenta, por todos los medios, sepultarla. La sociedad de nues– tros días rechaza el hablar de muerte, decrepi– tud, enfermedad. En un mundo en el que se ensalza la juventud, la belleza, la fortaleza física no hay lugar para pensar en hospitales, residencias de ancianos, cementerios. El ser humano está siempre tentado por el orgullo. No desea recordar sus !_imitacio– nes. A veces, se explican estas limitaciones por el "misterio" en el cual está envuelta la persona, este ser que pertenece al género humano. Por otra parte, a mucha gente no le gusta hablar del concepto de "misterio". Lo ve como algo no científico. Y sin embargo la persona está envuelta en el misterio. La vida es un misterio. Las sendas humanas otro. La enfermedad y la muerte otro. Es algo que deberíamos aceptar, pero nos cuesta hacer– lo ... ¡Somos demasiado orgullosos para re– conocer nuestra pequeñez! San Francisco lee con asiduidad el Evan– gelio y admira la humildad de Cristo, en modo particular en la Encarnación y en la Pasión. Cristo, que es Dios hecho hombre, nace pobre, en un país olvidado y pequeño que está siempre a merced de los imperios vecinos. Nace en una ciudad pequeña. Su madre va a ser una sencilla muchacha con escasos recursos económicos y un linaje olvi– dado, secundario. Le darán a luz en una cueva donde moran unos animales porque no había en la posada sitio para él. Vivirá del sudor de su frente. Cuando comienza Cristo su vida pública se verá incomprendido, criti– cado, traicionado, olvidado. No tendrá dónde "reclinar la cabeza". Morirá solo en una cruz, en el peor de los martirios, desnudo. La humildad de Cristo da mucho que pensar a san Francisco. Por eso concluye que la humildad debe ser la actitud básica del creyente, del seguidor de Cristo humilde. 118 Quien desee ser pacificador deberá revestirse con el traje de la humildad. A veces la humildad significará hincar la rodilla en el suelo, para servir, para evitar males. San Francisco no puede olvidar la actitud de Jesús, en el evangelio de san Juan, lavando los pies a sus discípulos. Se agacha, como nosotros nos agachamos para hablar con un niño es– tando así a su misma altura, para no darle miedo. Y luego, como un siervo a su señor, sirve. Dios arrodillado para servir. ¡Impresio– nante! Es lo mismo que Cristo, Dios, presen– te para nosotros en un trozo de pan y un poco de vino: lo más sencillo que hay, para no asustar a nadie. La humildad es una actitud para construir la paz: desde la humildad no se enseñan los dientes, ni las armas a nadie. La humildad es el pañuelo blanco de la paz. Ascesis Debido a que el ser humano es limitado necesita siempre una cierta dosis de ascesis en su vida. Ya sé que lo de la ascesis tiene mala prensa entre nosotros. En la sociedad en la que vivimos, este término de ascesís no cae bien. Se le relaciona con un pasado lejano. Pero lo cierto es que esta virtud es necesaria en la vida humana. El hombre está amenazado por la tenta– ción. La tentación apela al egocentrismo ili– mitado, a la soberbia y presunción, a la ambición despiadada, la deshonestidad y el engaño, al odio, a la hostilidad, al abuso de los demás. Todo esto, como podemos supo– ner, es contrario a la paz personal y comuni– taria. La ascesis se nos presenta en múltiples aspectos curativos. Uno de sus campos de acción redunda en el fomento de la paz. ¡Cuánta ascesis se necesita para construir la paz! La ascesis lleva al dominio de sí mismo. En la Sagrada Escritura se nos recuerda con frecuencia el peligro de los ídolos. El hom– bre tiene el peligro encima cuando su cora– zón se esclaviza a otras personas, lugares, cargos, posesiones. Cuando esto sucede ha

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