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externa (nn. 19 y 11O), plena, consciente, activa y fructuosa (nn. 11 y 14), que es un derecho y un deber de todos los bautizados (n. 14), activa y comunitaria (n. 21), que debe manifestarse en expresiones concretas (nn. 30, 113 y 114), que debe ser la manifes– tación de la Iglesia (n. 41), debe ser sinfónica y coordinada (n. 28), fundada en la concien– cia del sacerdocio bautismal (n. 14; cfr. Lumen Gentium, nn. 10-11) Con la certeza de ser incompletos, sinte– tizaremos estos contenidos en tres aspectos que nos parece pueden resumir los demás: Participación consciente La participación debe ser consciente, es decir, debe nacer de la fe, de la certeza y conciencia que se tiene de estar en contacto con el Señor que nos salva, Si bien esta conciencia debería tenerse desde antes de acceder a la liturgia, se hace necesario irla estimulando y alimentando en la celebra– ción misma. Los gestos, cantos u otras for– mas participativas deben ser, por una parte, expresión de la fe de la asamblea cele– brante y de cada uno de los fieles y, por otra, tienen la finalidad de estimular, reforzar y alimentar esa fe o sentimiento religioso. El lenguaje simbólico, tan frecuente en el mun– do y la expresión sacramental, además de expresar la fe, la estimula y provoca. Así lo expresa claramente el Misal Romano cuando habla, en particular, de las posturas físicas que asume la asamblea en su participación (nn 20 y 21). Como no siempre los signos de nuestra liturgia son fácilmente captables en su signi– ficado, están previstas en el rito unas oportu– nas moniciones. Deben ser oportunas y de– ben ser moniciones ... Resulta un serio desa– fío para el presidente y eventualmente para el monitor, lograr un sano equilibrio entre los gestos celebrativos y su oportuna explicación o, mejor, iluminación, considerando que la liturgia se sitúa en la línea de la acción sacramental y no tanto de la explicación catequética o pedagógica. No resulta fácil 102 hacer una monición. Se escuchan, en ocasio– nes, sermoncitos breves (y ¡a veces largos ... !) para explicamos un gesto o introducimos a una lectura bíblica... la monición debería acercarse más al contenido de su etimología latina, ser más una advertencia, un llamadito de atención, algo que sea medio y no fin en sí mismo, es decir, que centre nuestra aten– ción fuera de la monición misma. Cuando hablamos de participación cons– ciente queremos acentuar esta motivación y certeza esencial de fe, que sustenta y da sentido y contenido a todos los gestos o acciones celebrativos. Participación fructuosa Se nos propone también como ideal una participación fructuosa, es decir, con una relación de encamación en la vida. Podría– mos, tal vez, graficarla en tres tiempos: el primero, de la vida se accede a la liturgia; después, en la liturgia se recibe y acepta la acción salvadora de Dios; y tercero, de la liturgia se vuelve a la vida para llevar y vivir allí la salvación experimentada y recibida. Muchos de nuestros fieles hacen un corte excesivo entre lo espiritual y material, entre lo humano y lo divino, entre lo religioso y lo profano, y esto lleva a aislar el contacto sacramental con Dios en la liturgia de la vida concreta que el creyente lleva. Se hace nece– sario volver al desafío que nos proponía Medellín: "En la hora presente de nuestra América latina, como en todos los tiempos, la celebración litúrgica corona y comporta un compromiso con la realidad humana, con el desarrollo y la promoción, precisamente por– que toda la creación está inserta en el desig– nio salvador que abarca la totalidad del hom– bre" (Medellín, doc. Liturgia, n. 4). Esto quiere decir que la manifestación de Dios en la celebración litúrgica debe encar– narse, tomar cuerpo, incidir en la vida con– creta de la comunidad que celebra. Que la acción salvadora de Dios, manifestada en la liturgia sea real respuesta a las situaciones
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