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RACZYNSKI, Enchiridion. Documentorum Liturgicorum, nn 434-436). Como se puede apreciar, al ir enumeran– do las diversas formas de presencia de Cristo en su Iglesia, el documento magisterial va marcando una cierta progresión y jerarquía: "Cristo está presente en ... ; de otra forma muy verdadera está presente ... ; de modo aun más sublime está presente ... "; y cuando ex- presa la fe de la Iglesia en la Eucaristía, dice: "Pero es muy otro el modo, verdaderamente sublime, con el cual Cristo está presente en su Iglesia en el sacramento de la Eucaris– tía... ". Estamos habituados a adjetivar de real la presencia del Señor en las especies eucarísticas, y esto puede llevarnos a consi– derar no reales, es decir, imaginativas o afectivas otras formas de presencia de Cristo entre nosotros. El Magisterio nos enseña en esta encíclica que, si llamamos real a la presencia del Señor en la Eucaristía, no es por exclusión, como si las demás presencias no fueran reales, sino más bien por excelen– cia, ya que su presencia en la Eucaristía es substancial y en ella, además, se prolonga y permanece mientras duran las especies sacramentales. Cristo se hace presente com– pleto e íntegro, como Dios y como hombre (Ene. Mysterium Fidei, AAS 57 (1965) p. 764; R. RACZINSKI, o. c., n. 436). Liturgia, acción humana La Liturgia, además de ser una realidad protagonizada por Dios, aspecto sacramental, es igualmente obra y expresión ejecutada por un pueblo sacerdotal. Es decir, es también protagonizada por un grupo de creyentes que ha recibido de Dios la capacidad sacerdotal de reconocerlo, adorarlo y honrarlo. Esto es lo que se llama aspecto cultual de la liturgia. Es la acción del hombre que, saliendo de sí, busca, se dirige y encuentra a Dios como objeto de su culto. A través del sacramento del bautismo, Cristo produce en el creyente una realidad nueva, un cambio ontológico. Con imágenes muy claras lo expresan los apóstoles en sus escritos. Antes del bautismo eramos tinie– blas; después, luz en el Señor. Antes no eramos pueblo (¡con todo lo que esto signi– fica para un judío ... !), después sí somos un pueblo en el que Dios se complace. Antes no habíamos alcanzado misericordia, ahora sí. El acontecimiento que separa ese antes del después, es el sacramento del bautismo. El bautismo nos ha hecho un pueblo sacerdotal, que nos hace proclamar y anunciar las mara– villas del Dios que nos salvó. Además de hacerlo hijo de Dios, Cristo identifica al bautizado con El en las dos cualidades fun– damentales que tiene: ser cultor del Padre y ser el que anuncia y convive la salvación con los hombres. El bautismo hace que el bauti– zado, por esta nueva realidad transformante que Dios obra en él, sea, por esa naturaleza nueva, el adorador del Padre y el que com– parte la salvación con los demás hombres. En otras palabras, el bautismo nos hace partici– par de las características sacerdotales que son propias del Verbo hecho hombre, Cristo. Por eso, desde el acontecimiento del bau– tismo, el cristiano adquiere el derecho a acer– carse a Dios como a su Padre para rendirle culto, comunicarse con El, escuchar su Pala– bra, expresarle sus sentimientos. Y también por ese mismo sacramento adquiere el deber de acceder a ese Dios Padre para rendirle un culto filial. No se trata de algo opcional, que se puede asumir o dejar a voluntad. Estamos configurados, hechos sujetos aptos y prepara– dos, nuestra naturaleza ha recibido una trans– formación que nos hace sujetos de esa rela– ción cultual con Dios y de esa relación salvífica con los demás hombres. El creyente cristiano, en su relación con Dios, antes de nada es el adorador del Padre: el que reconoce y acepta con alegría la rea– lidad de su filiación y relación con Dios. Experimentándolo bondadoso, el creyente cristiano da gracias a ese Dios Padre que lo ha hecho beneficiario de su amor paternal. Reconociéndose limitado, el creyente cris– tiano acude a su Padre Dios para pedirle su 99
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