BCCCAP00000000000000000001647

animación, se corre el riesgo de que, al bus– car un mejor ejercicio del servicio, el equipo se_ sitúe fuera de la asamblea, más para que en la asamblea celebrante. Su principal pre– ocupación deberá ser, pues, integrarse en la comunidad, sentirse realmente miembro oran– te y participante. Si no se logra este ideal, es probable que no logren mucho efecto en sus empeños de animación. Como campos concretos de animación, el equipo deberá, antes de nada, crear ministe– rios laicales en las celebraciones. Y esto para que la asamblea celebrante sea real y visible imagen de la Iglesia, diversificada en sus funciones, pero unificada en el Espíritu. Para algunos esta promoción ministerial busca dar a la celebración una mayor variedad o brillo o, como suele decirse, una mayor solemni– dad. En realidad lo que justifica y recomien– da la presencia y aporte de los diversos servicios litúrgicos es, por una parte, la exi– gencia de la naturaleza comunitaria de la misma liturgia y, por otra, el derecho y deber que el bautismo da a cada fiel de participar en ella compartiendo la fe común que tienen. La verdadera solemnidad de la liturgia no se sitúa ni se mide en la aparatosidad de sus cantos o ritos, sino en la celebración digna y religiosa que tiene en cuenta la integridad de la misma acción litúrgica, es decir, la ejecu– ción de sus partes según la propia naturaleza (Instrucción Musicam Sacram, n. 11). Un campo operativo más específico del equipo será la preparación de las celebracio– nes litúrgicas comunitarias de la parroquia. Teniendo en cuenta lo que antes apuntamos, su acción deberá asumir dos planos: uno será más técnico, la animación y mejoramiento de las celebraciones. Y en este capítulo entrará la preparación, organización, planificación de los servicios o tareas ministeriales, la selec– ción de cantos que expresen y fomenten la fe ante las concretas manifestaciones de Dios en la liturgia de ese día. El otro plano es más espiritual: como los miembros del equipo son participantes y animadores a la vez, deberán cuidar muy especialmente la maduración de su fe a partir de la liturgia. La lectura detenida y meditada de los textos bíblicos y de las fórmulas litúrgicas, la· reflexión y profundización del contenido de las celebraciones mismas, el estudio y la mayor comprensión de los ges– tos, serán para ellos una buena es.cuela para lograr este segundo objetivo. No está de más insistir machaconamente en este aspecto. Todos los documentos que nos hablan de los ministerios, ponen de relieve la importancia de esta espiritualidad, sin la cual el servicio puede quedar reducido a una simple fi.,nción decorativa. Antes hemos apuntado un dato estadísti– co: la vida y actividad de nuestras parroquias se centra, casi en forma exclusiva, en tomo a los sacramentos. Y, si nos referimos a -la liturgia, casi toda ella está centrada en la celebración eucarística. Como los sacramen– tos son el centro y culmen de la vida de la Iglesia, debemos tal vez, promover además otros aspectos de la vida cristiana que enmarquen y hagan emerger este carácter realmente culminante de la pastoral sacramental. Tal vez aquí haya otro campo específico de aporte y servicio del equipo litúrgico. Podríamos pensar en el fomento de las celebraciones de la Palabra a nivel de catequesis (familiar, prebautismal, de confir– mación, de adultos y de novios). También se podría enriquecer la pastoral eucarística con el culto eucarístico fuera de la Misa, cuya importancia ha merecido el privilegio de un Ritual con maravillosas orien– taciones para enriquecer y fomentar la ora– ción del pueblo de Dios. Igualmente las ben– diciones, tan queridas y solicitadas por nues– tros antepasados y que hoy son pedidas con miedos por nuestros fieles y entregadas con reticencias por los ministros. Estos sacramentales han sido instituidos por la Iglesia para dar a los fieles una opor– tunidad de manifestar su fe, pero también para educarla y robustecerla. Y que aun tie– nen vigencia en el pueblo de Dios.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz