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que el sacramento del orden, consagra de por vida al ministerio. En cambio, la encomienda que la Iglesia hace de los ministerios laicales no compromete de por vida. Aunque tampo– co deben estar cambiando con excesiva fre– cuencia. Un buen servicio ministerial exige preparación, técnica, dedicación, práctica; y estas condiciones aconsejan una cierta esta– bilidad para lograr un mejor servicio. Los ministerios laicales pueden ser insti– tuidos o no instituidos, según exista una en– trega o colación oficial del Obispo o no. Pero en la práctica, aunque no sean instituidos, pueden y deben igualmente ejercer su servi– cio a Dios y a la asamblea en la liturgia (cfr. Misal Romano nn. 66 y 70; Ordenación del Leccionario de la Misa n. 52). El Lectorado El Lectorado es un ministerio o servicio laica! prestado en el ámbito de la Palabra de Dios. Además de la responsabilidad de procla– mar la Palabra de Dios en todas las celebra– ciones litúrgicas, el lector sería el catequista de la comunidad, sobre todo en lo que respec– ta a la preparación a los sacramentos y el promotor y preparador de nuevos lectores para la asamblea (Ministeria Quaedam, V). Se le debe dar una formación a varios niveles: a nivel bíblico, con dos finalidades: para que la Pa– labra que proclama le sea más familiar y com– prensible y, sobre todo, para que pueda vivir una espiritualidad bíblica e introducir a otros en esta misma espiritualidad. También se debe cuidar una preparación técnica que le facilite el ejercicio de su ministerio, sobre todo en cuanto a la comunicación. Igualmente se hace necesaria una preparación litúrgica, para que aporte en la comunidad la posibilidad de las celebraciones de la Palabra, Directorio de Celebraciones Dominicales en ausencia del Presbítero, nn. 30 y 31 ). El acolitado El Acólito es el servidor del altar, del presbítero y diácono y el servidor de la Eu– caristía (Ministro extraordinario de la comu- 106 nión). La familiar imagen de los monaguillos nos ha desfigurado bastante la identidad del ministerio del acolitado. Tal vez lo más no– vedoso que añadan los libros litúrgicos ac– tuales sea el servicio de la comunión. Resulta una ayuda oportuna y conveniente dentro de la celebración. Pero este ministerio tiene cam– pos más amplios de servicio, aunque siempre en referencia a la Eucaristía. Hay una respon– sabilidad pastoral que corresponde a toda la comunidad y que, en tiempos antiguos, fue muy cuidada: la comunión a los impedidos (enfermos, encarcelados y ancianos). Por una parte ellos, en virtud de su bautismo, tienen derecho a la participación en la Eucaristía. Por otra, la comunidad que celebra domini– calmente la Eucaristía debe preocuparse de ellos como vivencia de la fraternidad, y dar– les la oportunidad de participar en la Eucaris– tía dominical que ha tenido la asamblea re– unida. Tal vez los ministros, y mucho mejor las ministras de la comunión, podrían prestar un servicio oportuno y concreto en este cam– po. Resulta igualmente inexplorado en nues– tras comunidades el culto eucarístico fuera de la Misa, que también es otra de las funcio– nes asignadas al acólito ( Comunión y Culto Eucarístico fuera de la Misa, n. 91). El cantor y el coro Al cantor o coro le corresponde servir a la asamblea celebrante en su participación o expresión musical, sosteniendo y estimulan– do el canto de los fieles. Nunca sustituyendo ni usurpando a la asamblea el derecho a la participación musicalizada. Tal vez a este ministerio se le deba ordinariamente exigir una mayor y mejor integración en la asam– blea, cuanto mayor riesgo tiene de marginar– se y de marchar paralelamente a la comuni– dad. Este ministerio exige, como los demás, una preparación, porque no basta la buena voluntad o la capacidad musical y artística. Aunque son muchas las posibilidades de in– tervenir cantando en la liturgia (en la Misa solamente son 27 oportunidades), hay que saber escoger, y sobre todo, jerarquizar, a
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