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La obra de san Antonio Terminamos de decir que Antonio llama a sus escritos "Opus evangeliorum". Otras veces hace referencia a ellos, dándoles el título más senciUo de "opus". Es chocante que nunca les diera el nombre de "sermo– nes", que pasó a los códices que publicaron sus obras. De hecho este vocablo ha contri– buido a achicar la figura doctoral del mismo. En sus días se le tuvo por verdadero doctor. Gregorio IX, en la fiesta de su canonización, que tuvo lugar once meses después de su muerte, no tuvo reparo en cantar la antífona: O doctor optime... Este crédito doctoral fue mermando a lo largo de los siglos. Por la reforma de San Pío V perdió en la liturgia el ser venerado como doctor, excepto en Padua, Portugal y Brasil. Si hoy la Iglesia lo ha declarado "doctor evangelicus" ha sonado la hora de que el intelectual cristiano se adentre por el valor doctrinal de sus escritos. Ante este vocablo "sermones", que ha arropado la producción intelectual de san Antonio contra la inscripción que él mismo les dio, es de advertir su desgaste en la historia. En el siglo XII Alano de Lille escribió su Summa de Arte praedicatoria. La autorizada obra vino a hacerse clásíca. 18 Antonio indu– dablemente la manejó. En ella pudo leer que la predicación tiene su fundamento en la autoridad teológica que es la Escritura. Se nombra los Evangelios, los Salmos, las Epís– tolas de san Pablo y los libros de Salomón porque en ellos, especialmente, se condensa la instrucción moral. A este criterio se atuvo san Antonio, como lo hace palpable la lectu– ra de sus escritos. En los días de san Antonio había una sensibilidad prevalente para el tema ascético, sentido vivamente por él mismo. 19 Sobre las circunstancias que rodean sus trabajos de escritorio el mismo san Antonio hace una declaración en el prólogo a sus escritos. Anotamos con quieta satisfacción las intimidades desveladas por el Santo en este pasaje de gran tensión vital. He aquí los puntos que señala él mismo: Intento escribir para el honor de Dios y edificación de las almas, llevando con– suelo tanto al lector como al oyente. Igualmente para que el hombre, como otro Elías, se eleve de lo terreno y sea llevado a tener una conversación celeste. Voy haciendo mi trabajo con la divina gracia que me sea dispensada, a la cual responderé con la tenue vena de mi pobrecita pequeña ciencia. Como Ruth, voy agavillando las espigas que recojo en el copioso campo de Booz con miedo y recato, debido a mi insufi– ciencia. Al fin me decidí a ordenarlo todo, debido a los ruegos de los hermanos que en caridad me lo pidieron. 20 Esta parece ser la partida bautismal de la. primera obra intelectual escrita por una men– te franciscana. Justamente, pues, se ha de decir que Antonio de Padua es el primer escritor intelectual de su Orden. Características de la obra de san Antonio Los prologuistas de la edición crítica de 1979 señalan cuatro notas al "opus" antoniano. 21 La primera es la de ser un "sermo doctus". Fundan esta nota en el uso frecuente y motivado que él hace de la Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, sin preferencias notables, si bien abundan más las citas de los Libros Sapienciales entre los del Antiguo Testamento, y los evangelios de Mateo y Lucas entre los del Nuevo. También refrenda esta nota el recurso reiterado de Antonio a los SS. Padres y teólogos que exponen la Escritura. En cuestiones bíblicas tiene muy alto a san Jerónimo; en lo teológi– co a san Agustín; en temas morales a san Gregario Magno; en las experiencias ascéti– co-místicas a san Bernardo. Entre los teólo– gos tiene presentes a Boecio, Pedro Lombardo, Hugo y Ricardo de San Víctor. Corrobora esta nota su abundancia de refe– rencias filosófico-científicas. Son muy de 89
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