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tar dieron la pauta a su vivir. Inicia entonces la segunda vertiente de su vida franciscana de total plenitud. Sigue por el cauce mismo que va abriendo Francisco y se halla a su lado. Dos años después del capítulo, en 1223, Francisco vio resuelta en carne viva en Anto– nio la grave cuestión de los estudios. Tenía ante sí al hombre que podía adoctrinar a los hermanos en la Sagrada Teología según los deseos de su corazón. ¿Francisco contrario a la ciencia? Llega, pues, el momento de encararnos con la tradición protestante y con quienes la siguen, para negar con decisión que san Fran– cisco fuera contrario al saber y a los estudios. Testimonios de los biógrafos más autoriza– dos avalan este aserto. En esta circunstancia nos limitamos a dos. Ambos los juzgamos cruciales. Fuerzan a todo espíritu reflexivo a optar por el sí contra el no. El primer testimonio lo hallamos en el Testamento del Santo. No hay documento de más valía para conocer su definitiva volun– tad. Pues bien, en el mismo da Francisco esta amonestación: "Y a los teólogos y a los que nos administran las santísimas palabras divi– nas, debemos honrar y tener en veneración, como a quienes nos administran espíritu y vida". 15 Ante esta amonestación tan sin palia– tivos es cosa de preguntarse por qué cuantos juzgan a san Francisco contrario al saber teológico no la tienen presente. En vez de comentarla la ocultan con un silencio tenaz. El segundo testimonio en pro de la acti– tud de Francisco hacia el saber teológico lo hallamos en la carta de san Francisco a An– tonio, recordada por Pío XII en sus Litterae Apostolicae. La hemos citado ya de paso. Pero ha llegado el momento de percibirla mejor en su trayectoria histórica. El ministerio apostólico del Santo Comencemos por advertir que san Anto– nio se muestra a sus contemporáneos como un meteoro espiritual. Prueba indiscutible es su canonización, que Pío XII recuerda en el ya citado documento, anotando fue celebrada poco más de once meses después de su muer– te. Si se recuerda que la de san Francisco tuvo lugar casi dos años después, la de santa Clara algo más de dos años, la de Santo Domingo en torno a los catorce, admira en verdad que la de san Antonio fue debida a que apareció en el firmamento de la Iglesia como un meteoro espiritual. Breve tiempo pudo lucir. Apenas diez años. En 1221, des– pués del Capítulo general, se retira a un eremitorio para decir la misa a sus morado– res. Su prédica ante dominicos y francisca– nos en Forlí, año 1222, viene a ser el primer destello de este meteoro. Ese mismo año inicia su predicación contra los cátaros que infestaban el Norte de Italia. En Rimini los convence, según narra la pía leyenda, cuando hace que vengan a oírlo los peces del mar. En 1223 organiza la primera casa de estudios teológicos de la Orden en Bolonia. Dos años después tiene que ir al sur de Francia a combatir los cátaros, llamados también albigenses y patarenos. Durante varios años es superior de diversas comunidades y predi– ca con tesón por doquier. Para nuestro propó– sito es muy de notar que sus hagiógrafos hagan siempre referencia a la docencia que realizaba entre sus hermanos. No creen los historiadores de hoy que fuera docencia or– ganizada, sino ocasional. Sin embargo, se ha de tener muy en cuenta a nuestro propósito. Hacia 1227 vuelve a Italia donde pasa sus últimos años, dedicado a la predicación y a la redacción de sus escritos. Algún autorizado historiador actual afirma que organizó un curso de estudios en Padua. Hasta hay algu– na esperanza de hallar apuntes y recopias de sus alumnos. Hoy nos tenemos que atener a sus Sermones, en los que resume la doctrina teológica que predicaba al pueblo cristiano y a los muchos doctos que lo escuchaban. 16 Esta apretada síntesis de su vida nos muestra a san Antonio como meteoro espiri– tual. Que su lengua quedara incorrupta lo proclamaba ostensiblemente ante las gentes. 87

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