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Interviene fuertemente Hugolino en la obra de Francisco. Inicialmente lo obliga a introdu– cir el noviciado, como año de prueba, para evitar entradas y salidas a capricho. También le insiste en la necesidad de cambiar la regla elemental, aprobada por Inocencia III con nueva regla, apta para regir la Orden en su extraordinario desarrollo. Francisco se pone a la faena en el invierno de 1220-1221 y la presenta en Pentecostés a la aprobación del Capítulo general. Anotemos que a este Capí– tulo general asiste Antonio, quien en 1220 se había dirigido al Africa con anhelo de marti– rio para predicar su fe. Como es sabido, los vientos lo llevaron a las costas de Sicilia. Allí supo el anuncio del Capítulo general en Asís y se puso en camino. Ninguna atención susci– tó el extranjero portugués. Tan es así, que al final del mismo lo recoge el Provincial de Romaña para que en retiro y oración more en el convento solitario de Montepaolo. Cumbre en la vida de dos Santos Una lectura entre líneas de los datos que sabemos acerca de este momento histórico hace ver que nos hallamos en una cumbre de doble vertiente, tanto en la vida de san Fran– cisco como en la de san Antonio. En Francis– co esta vertiente indica una recién pasada primavera, que no es posible mantener, y un futuro que se entrevé muy incierto por la oposición ya declarada entre la doble co– rriente que se mantendrá durante siglos por conventuales y espirituales. La Regla de 1221 es claramente espiritualista; pero no se opone a las nuevas exigencias del desarrollo de la Orden. Una muy principal, la de los estudios. San Francisco la dio a conocer al Capítulo general, aunque no de discutiera. Tal vez por un respetuoso no oponerse al Santo. En la Regla de 1221 palpita el espíritu del mismo en su más alta tensión. P. Sabatier co– menta esta tensión del espíritu de Francisco con encendido lirismo religioso. "Francisco -escribe- se refugia en Dios, como niño que se echa al seno de la madre. En la incoheren– cia de su poquedad y de su alegría balbucea 86 todas las palabras que le vienen y por las que no quiere repetir más que el eterno yo soy tuyo del amor y de la fe" . 13 Añade: "Tan bellas pa– labras desde el punto de vista místico no co– rresponden a lo que se espera de una regla. No tienen precisión; ni formas breves e imperati– vas. Las transformaciones que iban a sufrir, para venir a ser el código o regla de 1223, ven– drán a ser fatales, dada la intervención defi– nitiva de la Iglesia de Roma para dirigir el movimiento franciscano" . 14 Dejando a trasma– no la última línea antieclesial de P. Sabatier, su comentario a la Regla de 1221 hace palpa– ble la doble vertiente de la vida de san Fran– cisco en estos años: la que da al próximo pa– sado, pleno de idealismo juvenil y de sana ale– gría, y la que da a un próximo futuro, proble– mático en su vaguedad e imprecisión, tal como aparece en la entusiasta Regla de 1221, que tiene que dar paso a la muy precisa y ordena– da de 1223, la cual sigue vigente todavía. Aunque no se subraye en las vidas de san Antonio nos parece que su situación íntima corre paralela a la de san Francisco, aunque sin el desgarro de éste por no tener su res– ponsabilidad. En tierras de Portugal lo ha hecho franciscano el entusiasmo que ha sur– gido en él por la que hemos llamado prima– vera franciscana, que tuvo uno de sus mejo– res florones en los protomártires de Marrue– cos. Al tomar parte en el Capítulo general de 1221 se siente inmerso, de modo ineludible, en la gran crisis de la Orden. Es cierto que las fuentes no dan relieve a su presencia en el Capítulo. Pero una leve reflexión histórica nos dice que Antonio tenía entonces 26 años. Es la edad del proyectismo humano. Llega de Portugal por haber estrenado su francis– canismo en tierras de Africa con deseo de martirio. ¿No deseará Antonio plenificar ahora su franciscanismo en las tierras nativas de éste, cuando todavía vive su fundador que es el modelo y ejemplo de los hermanos? En medio del parloteo que acompaña a todo capítulo, el silencioso Antonio meditó sin duda largamente en su porvenir franciscano. Y de seguro que las palabras encendidas de Francisco y la Regla que terminaba de redac-

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