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discencia o aprendizaje fue íntegramente por– tugués, salvo el que ineludiblemente lleva siempre consigo toda docencia. Que recibiera lecciones de Tomás Gallo, Abad de Vercello, no lo refrendan sus escritos. Volviendo a su agustinismo, es de notar que da primacía a las obras de san Agustín sobre la vida moral. Si un día el gran doctor llegó a ser condi– mento insustituible en todo sermón moral, pensamos que en ello tuvo gran influjo el ejemplo de san Antonio. También san Antonio tiene presente el que se ha llamado "agustinismo eterno" en su doble vertiente: trinitaria y cósmica. En la exposición de la Trinidad san Antonio sigue de cerca a san Agustín, al considerar al alma como imagen de Dios. En el alma ve refleja– das las tres divinas personas. De este divino reflejo gusta hablar nuestro doctor para pon– derar la alta dignidad de la persona humana y, juntamente, las exigencias que lleva consi– go esta dignidad. Por lo que toca al aspecto cósmico, Antonio une al agustinismo con el franciscanismo para contemplar el mundo como escala ascensional para ir a Dios. 29 Esta breve reflexión pone en claro el agus– tinismo de san Antonio. Los doctos nos irán informando ulteriormente sobre el mismo. Los sueños apocalípticos de Joaquín de Fiore Al final de esta reflexión parece muy pertinente ponderar el silencio de Antonio sobre la obra primaria de san Agustín: De Civitate Dei. Es menester subrayar este silen– cio contra la supuesta presencia de la menta~ lidad del Abad Joaquín de Fiore en la prime– ra generación franciscana que encaman tanto Francisco como Antonio. Un pasaje del teó– logo protestante y conocido franciscanista P. Sabatier pone en claro esta cuestión histórica: "Es evidente que san Francisco ha conocido las radiosas expectaciones del abad de Fiore". 30 Con el debido respeto para este autor, nos vemos forzados a declarar que las vinculacio– nes propuestas aquí entre san Francisco y el Abad Joaquín carecen de apoyo histórico. Parece, en primer lugar, muy difícil que Fran– cisco haya conocido la mentalidad del Abad Joaquín. Cierto que oyó hablar de él, pues fue condenada su doctrina trinitaria en el Concilio IV de Lettrán al que asistió Francis– co. Pero si por casualidad llegó éste a cono– cer las profecías místicas del famoso Abad, la condena que de él hizo el Concilio, hizo inviable la conexión del uno con el otro. Hemos dicho que si por casualidad Fran– cisco llegó a conocer las profecías del Abad Joaquín porque históricamente sólo es cons– tatable la presencia de las obras de éste hacia 1240 en ·el centro de Italia. En Florencia su lectura calentó las cabezas de algunos domi– nicos y de muchos franciscanos que vieron en sus santos fundadores el inicio de la edad del espíritu, preanunciada por el citado Abad. Pero esta constatación histórica obliga a afir– mar que la primera generación franciscana de Francisco y Antonio estuvo totalmente al mar– gen de la mística profética y apocalíptica de Joaquín de Fiore. 31 En pro de nuestra interpretación históri– ca, además de la crítica externa del testimo– nio, tenemos aquí la muy válida crítica inter– na de los comentarios que hacen ambos san– tos, san Francisco y san Antonio, al libro del Apocalipsis. Innumerables son las mentes turbiamente alucinadas por los comentarios a este libro, hechos por el Abad Joaquín. Fran– cisco lo cita 14 veces. Antonio más de un centenar. Hemos analizado unas y otras y advertimos una admirable coincidencia entre los dos santos. Ambos acuden al Apo– calipsis para recomendar la exigencia ascéti– ca que en él se pide. También para recoger los himnos de alabanza del incomparable libro, para dirigirlos con acendrado entusias– mo a Cristo, Rey y Señor, Alfa y Omega de todo lo creado. Nunca la menor alusión a un futuro apocalíptico. Además de esto tan significativo para comprender en un primer plano la distancia que separa del Abad Joaquín a san Francisco y san Antonio, tenemos que subrayar la oposi- 93

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