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iban a dar la mano. Por desgracia, al iniciarse la fase comprensiva de la socialización el mutuo acercamiento de los pueblos no ha sido de paz sino de lucha feroz. Las guerras que han dilacerado nuestro siglo lo testifican cruelmente. Teilhard sintió en carne viva la primera guerra mundial como camillero de la Cruz Roja. En la batalla de Verdun hizo su heroico servicio en uno de los puestos más mortíferos, el de Douaumont. En él escribe esta nota para su diario: "Me gustaría quedara mi cuerpo petrifi– cado en la arcilla de los fuertes, como un cemento arrojado por Dios entre las piedras de la Ciudad Nueva" _(1 9 l Que en el infierno de lo más cruel de la guerra Teilhard haya entrevisto en aquel abrazo feroz, primaria– mente un abrazo, preanuncio de una Ciudad Nueva, pone en evidencia uno de los mo– mentos más ejemplares de aquella alma gran– de. Su gesto de amor quiso ser entonces y ahora, un luciente programa de vida en esta noche de muerte, que imposibilita ver y ac– tuar con sentido humano. Menos aún con sentido cristiano. Este su gesto de amor motiva que desde entonces Teilhard tenga una visión clarivi– dente del agrio problema actual entre la so– cialización y la personalización. Teilhard optó para siempre por una socialización que enri– quece las personas en su recíproco acerca– miento. Es ella la que ha puesto un freno al individualismo egoísta que tanto ha atezado a la vida moderna. Y sigue ahora avanzando en un proceso irreprimible de unificación enri– quecedora. Tres tiempos distingue Teilhard en este proceso. No es el momento de expo– nerlos con detención. Pero place subrayar la ley interna de este proceso: "Todo lo que asciende, converge". Sube todo hacia arriba en la evolución. Al mismo tiempo todo con– verge en donación solidaria. Esto motiva que a mayor unificación surja por doquier una mayor espiritualización. Hasta que tenga lu– gar, finalmente, la centración de todo el magno proceso evolutivo en el llamado por Teilhard PUNTO OMEGA. A este lo identi– fica con el Verbo Encarnado, Cristo Jesús. Pero con esta gran idea Teilhard nos introdu– ce en el tercer aspecto de nuestra reflexión. Antes, sin embargo, de adentrarnos por este tercer' momento teilhardiano, sepamos lo que nos dice Escoto, de modo paralelo a Teilhard, sobre cuál es el lugar del hombre en el cosmos.< 20 l La visión escotista Exigir a Escoto que determine el puesto del hombre en la evolución cósmica, sería una exigencia de espaldas a la historia. En este tema se da una diferencia significativa entre él y Teilhard, con ventaja para éste, quien empalma con la tradición bíblica que muestra al mundo en cosmogénesis, en un perenne hacerse por la obra humana, siguien– do un plan divino. Por el co111trario, Escoto, en dependencia con el pensamiento griego, común a toda la gran escolástica, contempla el mundo como un cosmos, que adensa en sí un orden que el hombre ha de contemplar con su inteligencia y respetar con su acción libre. Para recordar aquí su definición de la libertad: "Facultas servandi ordinem".< 21 l Fue grave invidencia que Escoto no se hiciera cargo de que si es un deber primario mante– ner el "ardo factus", establecido por el Crea– dor, no era menor deber contribuir a crear el "ardo faciendus" en la larga faena de la historia humana. Es de doble orden el incom– parable pórtico de la inolvidable Pace,rz in terris de Juan XXIII. Pero los doctores esco– lásticos, admirables en precisar el orden cós– mico, especialmente en la vertiente del obrar moral humano, fueron más bien cegatos en otear horizontes de ulterior perfección. En este clima razona Escoto. No nos dice que es la clave o flecha de la biogénesis, estilo Teilhard. No lo podía decir. Pero sí afirma que el hombre tiene un puesto central en el universo. Se da en Escoto un paralelismo con Teilhard, al señalar un lugar privilegiado para el hombre dentro del cosmos. Aborda el tema en una de esas cuestiones atrevidas e incitan– tes, en que intenta penetrar hasta las hondas 245

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