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Amor descendiente e impulso ascendiente El segundo versa sobre el tema del amor, espina dorsal tanto del sistema escotista como del teilhardiano. Pero con modulación dife– renciada. Escoto resume su pensamiento en esta frase que, por su importancia, damos en su texto original y en versión a nuestro lengua– je: "Tu bonus sine termino, bonitatis tuae radios liberalissime comunicans" (Tú, que eres bueno sin limitación, vas comunicando los rayos de tu bondad de un modo liberalísimo).( 33 l En esta cálida plegaria que Escoto dirige al Primer Principio, al poner término a una de las más altas metafísicas que sobre él se hayan escrito, lo declara sumamente bueno. Y que por serlo, derrama su bondad en rayos encendidos por toda la creación, dando ser, consistencia y luminosi– dad a todas las cosas. Esta síntesis aúna cielo y tierra por el nexo del amor liberal, como han venido repitiendo los escotistas y que hoy gustamos traducir por amor de donación. Es éste el amor-ágape, < 34 •l amor que el Nuevo Testamento ha proclamado, especialmente por sus dos grandes doctores san Juan y san Pablo. Transcribimos una de sus fórmulas más preclaras, escrita por Juan: "En esto consiste el amor: no en que nosotros haya– mos amado a Dios, sino en que él nos amó, y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (Jn 1, 4-10). En este anti– ciparse Dios con su bondad para darnos la existencia y -lo que es más- la reconcilia– ción después de haberlo ofendido, consiste la suprema donación de Dios en condescenden– cia hacia nosotros. A este abajarse de Dios hasta el hombre, debe éste corresponder con su entrega. Pero Escoto ha entrevisto de esta entrega un estadio inicial en la inclinación ontológica de la naturaleza humana respecto de Dios. Ha sido muy estudiada y discutida esta temática escotista. Me remito a los especialistas. < 34 bl En anticipo place anotar aquí que Escoto, además de admirar y ponderar el amor cristiano descendente, llamado ágape en el Nuevo Testamento, ha percibido otro amor ascendente, al que justamente podemos llamarlo amor-eros, entendido este amor en lo que tiene de más elevado dentro de su radical indigencia. Es precisamente el haber considerado Teilhard a este amor-eros, como impulso pri– mario de la evolución cósmica, la peculiar modulación que atribuye al amor frente al amor-ágape de Escoto, de Teilhard damos también una fórmula en la que parece resu– mir su concepción del amor-eros: "El cristia– nismo -me atrevo a decirlo- no es nada más que una "hoja" de amor en la naturaleza" _(3 5 ) Esta "hoja" en la naturaleza es parte del árbol gigantesco de la evolución, cuyo creci– miento ha ido llenando el planeta durante milenios. Dentro de él late una fuerza pode– rosa, la savia dél amor-eros, que impulsa a subir y a ascender hasta converger las inmen– sas ramificaciones en el Punto Omega. Es ésta la visión erística del universo, propuesta por Teilhard. Esta visión contempla en su final cómo la bondad de Dios desciende benévolamente para actuar en el cosmos. Pero este final, tan teológicamente cristiano --en línea con Duns Escoto- no puede hacernos olvidar la inmensa fuerza del amor-eros, que impele a todos los seres a pretender en todo momento una perfección ulterior. Teilhard recuerda aquí aquel amor-eros de Platón, que daba fuerzas a las almas para salir de la caverna en pos de la belleza que habían atisbado, hasta llegar a contemplar el bellísi– mo sol de las ideas, meta de sus aspiraciones. Se dan, pues, la mano en Teilhard el amor– eros pagano y el amor-ágape cristiano. A este darse la mano estos dos amores el autorizado Jíistoriador protestante, Anders Nygren, lo juzga imposible. Peor aún: llega a pensar que ha venido a ser dentro del catoli– cismo una falsificación del amor cristiano.<3 6 > La acusación es gravísima. Y todavía está pidiendo justas críticas su sustancial equívo– co. Consiste este equívoco -a nuestro pare– cer- en asumir el pesimismo luterano acerca de la naturaleza, corrupta esencialmente por el pecado. El catolicismo, con más verdad, ha reafirmado que "todo es gracia", según frase ya famosa. Todo es don de Dios, dicho 249
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