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tendencia ascendente. El teólogo franciscano lo contempla en el descenso del amor liberal de ~>ios, que inicia su marcha benévola con la Encarnación de su Verbo, para derramarse en piura donación por todo el cosmos. Deten– gám6nos brevemente en este momento cum– bre de nuestra reflexión.C 26 ) La apoteosis de Teilhard Ya dijimos que en la dialéctica teilhardiana, al mpmento de expansión por la que el hombre ha 11¡enado el planeta, ha seguido otro de c~m– prensión y acercamiento. Este hecho ha sido perdibido por muchos como una socialización, que lhace temer por el peligro de convertir la ingt;nte masa humana en una termitera, lugar de a¡sfixia para toda persona humana. El opti– mismo de Teilhard ve este acercamiento plane– tari~ con signo netamente positivo, pese a los múliliples despropósitos y errores, inherentes a esta marcha. Juzga que la humanidad camina, no h~cia una socialización impersonalista, sino hacia una integración personalizadora. Teil¡hard, viendo en la cosmogénesis logros sierr~pre crecientes a lo largo de los milenios de sus existencia, piensa que es justo concluir, aun~ue de ello no haya argumento alguno cien– tífico que lo respalde patentemente, que la marcha milenaria de la evolución ascendente segtlirá en su línea de coherencia y de sentido hasta lograr que la humanidad, personalmente macjura, alcance su plenitud en el PUNTO OMEGA. Con honestidad intelectual que le honra, el docto biólogo escribe: "No me hubie– ra atlrevido jamás a considerar o formular racio– nalmente la hipótesis del Punto Omega, si en mi c¡onciencia de creyente no hubiera encontra– do, 110 ya su modelo especulativo sino su reali– dad. viva". C27J Pide, pues, Teilhard ayuda a la teol!Jgía. Y en ella apoyado, propone, con en– cendido entusiasmo, los caminos futuros de la hurr¡anidad hasta su meta última en la parusía escatológica del encuentro con Cristo. ruede, por tanto, asignarse a esta evolu– ciód de la antro~génesis un doble centro de personalización. El primero ~s la persona hud,ana cuando logre su plenitud en la histo- ria. El segundo es la persona divina, presente en carne humana, que es el misterio de Cristo Jesús. Ambas personalizaciones se reclaman en el plan divino. Cristo, pleroma corpóreo de la divinidad, como le llama san Pablo (Col 2, 9), es al mismo tiempo el punto de convergencia y plenitud de la humanidad personalizada. Para recordar otras palabras del apóstol que tanto gustaba repetir Teilhard: "Todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo de Dios" (I Cor 3, 23). Con esta visión Teilhard intenta reaccio– nar contra la supuesta oposición entre el "Dios del Hacia-arriba" y el "Dios hacia– adelante". Ve que no solamente no se oponen sino que reclaman mutuamente en la misión providencial que el hombre debe realizar en la historia. Refrendan lo que venimos dicien– do, estas palabras de Teilhard: "En lugar del vago centro de convergencia requerido como término de la evolución aparece y se instala la realidad personal y definitiva del Verbo Encarnado, en quien todo tiene consistencia. La vida para el hombre; el hombre para Cristo y Cristo para Dios". c 23 ) Y remacha su gran concepción cristocéntrica con estas otras: "El gran acontecimiento de 91j vida ha sido la gradual identificación ed el ,cielo de mi alma de dos soles: el primero de estos astros es la cima cósmica postulada por una evoJu– ción generalizada de tipo convergente; el otro se encuentra en el Jesús Resucitado de la fe cristiana". < 29 ) El primado de Cristo según Escoto Por lo que toca al Primado universal de Cristo según lo propuso el beato Juan Duns Escoto no hay porqué repetir los textos muy conocidos del gran doctor, enriquecidos por los escotistas con múltiples comentarios. Me remito, en todo caso, a uno de ellos, al teólo– go franciscano Juniper B. Caro!, quien en su apretada monografía, Why Je sus Christ 1< 30 J nos ha ofrecido últimamente la síntesis histó– rica del gran tema con amplia bibliografía para poder completar en sus diversas vertientes la doctrina escotista del Primado. 247

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