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Apuntes para una espiritualídad sacerdotal en la comprensión del papa Francisco pastor. Sirva, como ejemplo, una referencia a los dos últimos pontífices. Es obvio que, en cada uno de ellos, se han puesto de relieve unos acentos diversos relativos a la imagen del pastor. Siendo esto obvio, no es menos cierto que ninguna de las dos ideas agota lo que implica y está compren dido en el ministerio presbiteral. En este sentido, se necesita orientar la mirada hacia aquello que es cardinal, no perdiéndose en elementos in trascendentes y que cautivan en exceso la atención. Pienso, a este res pecto, en el riesgo que hoy tiene el que todo se convierta en noticia, y más de manera inmediata. Vivir al estilo del buen pastor supone también alejarse de lo efímero, para centrarse en lo que es fundante. Lo expreso de otra manera. Pensemos en dos modelos paradigmá ticos de presbítero conocidos por todos: el que representa el santo Cura de Ars y el que nos ofrece el santo Maestro san Juan de Ávila. Es obvio que son diametralmente diversos. Uno se ha caracterizado por sus pocos escritos y el otro nos ha dejado un auténtico y valioso testamento vital. Es también claro que los contextos de uno y de otro son diametralmente diversos, incluso su propia trayectoria vital lo es. Pero también es cierto que ambos supieron responder y estar a la altura de las necesidades del hombre de su tiempo. Se entregaron ardientemente a su servicio y a su causa: san Juan de Ávila desempeñando una apasionada actividad apos tólica por las tierras de Andalucía y Extremadura, por su parte, san Juan M.’ Vianney, desarrollando las tareas tradicionales y propias de un pá rroco en el contexto de la restauración católica, en un ambiente belige rante con lo religioso. Asumiendo que hoy en día un modelo puede ser más adecuado y cercano que el otro, también nos invita a una revisión y profundización acerca de la idea e imagen del pastor, lo que implica tam bién una espiritualidad en medio del mundo y de sus necesidades. Ambos son conscientes de su ministerio y servicio a la causa de Dios, y para los dos, la presencia de ese «otro Paráclito» (cf. Jn 14,15), garantiza la fidelidad esencial de la Iglesia peregrina durante el tiempo, hacia el único proyecto salvífico visibilizado en Cristo. Pero vuelvo a in sistir que, este proceder, no dista mucho del mantenido a lo largo de toda la historia de la Iglesia por infinidad de pastores. Es la puesta en escena de lo que uno está llamado a ser y lo que es en realidad; en la búsqueda [325 1
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