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M. A. PENA GONZÁLEZ Nuestro mundo, como la mayoría de las sociedades, se ha ido cons truyendo y pensando en razón de un término medio, mirando al hombre común, siendo así capaces de dar cabida y acogida al mayor número de gente posible. Es cierto que la medianía es el espacio que aglutina a más personas, pero dejando siempre a un grupo de gente que no encaja en esos esquemas tan banales. Pero la realidad es que las sociedades que se cons truyen de esta manera, lo que potencian o ponen indirectamente de relieve es esa mediocridad a la que ya nos hemos referido. A nuestro mundo le sobra mediocridad: en la vida cotidiana, en la política, en todo... El que no encaja en ese esquema casi podríamos decir que queda fuera, que no tiene lugar o es relegado... y relaciono esto ahora con nuestro contexto eclesial, donde insistentemente nos estamos quejando de una carestía vocacional que, sin dejar de ser verdad, necesariamente nos debería también orientar hacia otra manera de plantear la cuestión. Es necesario poner la confianza en la gracia de Dios, lo que implicaría que lo más importante no será que haya abundantes pastores, sino que haya auténticos apasionados por Jesu cristo, capaces de testimoniar y hacer vida el mensaje que nos ha sido en tregado. También es cuestión de confianza. La espiritualidad, en relación con la moral de la que ha estado tan dependiente, ha mostrado cómo la fe y la confianza son elementos esenciales en un proyecto de vida cristiana. En la exhortación postsinodal, Pastores davo vobis, Juan Pablo II retomaba una reflexión profundamente sugerente (PDV4). La concien cia de que Jesucristo asocia al sacerdote a su obra salvífíca no como una cosa sino como una persona, como un instrumento personal que está lla mado a vivir en su propia vida aquello que representa, creando así una unidad indisoluble, que se da cuando se vive desde lo que se representa. Pienso, a este respecto, en el Maestro Ávila que renuncia a una vida có moda por vivir aquello que entendía era su vocación; el ideal al que había sido convocado. Vivir aquello que se representa, cuando se refiere a la vida del ministro ordenado, supone una mirada profunda a Dios, olvi dando quizás aquello que a uno le surge como más humano y natural. Es una auténtica espiritualidad real y del día a día. Quizás sea esta una de las cuestiones que es necesario recuperar, pues creo que no podemos proyectar una única y unilateral imagen del [324]

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