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M. A. PENA GONZÁLEZ munidad, y que se va paulatinamente concretando en múltiples expresio nes de profunda vitalidad, que refieren al servicio que ha de desempeñar el pastor. En este sentido, la fuerza que posee el cuerpo de Cristo no se agota en una situación ideal, sino que va tomando forma allí donde la ac ción del Espíritu es fundamental. Es preciso recordar que no se trata de opciones que traicionan un ideal, sino que lo completan y lo expresan en su múltiple diversidad. Esto implica que la riqueza del ministerio dice re ferencia directa a la variedad de expresiones y concreciones del pastor. A este respecto, una primera idea sería la conciencia de no tener nada propio, sino que aquello que podemos dar, así como aquello que el pastor realiza cada día por los demás, es algo que nos ha sido regalado y comunicado por Dios. El pastor está llamado a ser las manos y los pies de un Dios hecho hombre, pero sobre todo tiene como tarea el hacer veraz su corazón en el mundo. En este sentido, si el esfuerzo por la obra de Dios —de manera física— es importante, también lo es en el ideal que se quiere alcanzar. Hago aquí un parón, pues esto ha de lograrse también gracias a un auténtico conocimiento de la condición humana, siempre li mitada, lo que implica que con dificultad llegaremos a ser una burda pro yección de lo que Dios espera de nosotros. Creo que aquí se abren como dos caminos: El de la mirada ingenua e idealizada, en la que se ve al pastor como a alguien casi al margen de este mundo, como si el ministerio ordenado pusiese al hombre en una situación particular de privilegio y reconocimiento, viéndole casi como alguien incapaz de pecar; y, una segunda posibilidad, que es la de vivir auténticamente en la realidad cotidiana, dejándose manchar y enfangar en ella. Construir ese itinerario de fe que implica caerse y levantarse per manentemente, pues no está claro dónde se encuentra la auténtica fuerza. Aquella que para el creyente no puede estar en otro lugar que en Jesucristo muerto y crucificado, que ha venido a salvarnos. En este sentido, la conciencia de provisionalidad, de desamparo, de ser un operario es algo que cuesta —también hoy— pero eso es lo que somos en las manos de Dios. Y esto tiene también mucho que ver con algo que hoy no está de moda en el discurso religioso, pero que es un elemento fundamental de nuestro itinerario de vida creyente: el conven [3221

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