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M. A. PENA GONZÁLEZ En este orden de cosas, no cabe duda que hay dos conceptos que ocupan un papel relevante: los de fraternidad y belleza (cf. LS 11). Ambos describen, particularmente bien, una manera de ser propia y es- pecffica cristiana, que también identifica la espiritualidad secular del pas tor. La conciencia de una antropología teológica en la que todos somos hijos en el Hijo y, por lo mismo, hermanos. Esta idea de una fraternidad universal supone una expresión incluso externa de belleza, de caballe rosidad al estilo medieval. Algo que este mundo sigue necesitando. For mas respetuosas y elegantes, capaces de trasparentar otra manera de relacionarse, que hablan de lo que uno tiene en su interior y que, por otra parte, ponen límite a la zafiedad y a la frivolidad que lo llena todo en la vida cotidiana. Una manera de estar y comportarse que reconoce permanentemente el lugar del otro y su propia especificidad, pero que al mismo tiempo dice referencia al cuidado que Cristo tiene de los hom bres, mostrándose como un singular pedagogo que visibiliza una miinera diversa y novedosa de relacionarse. Al pastor le corresponde recrear y visibilizar esa manera de hacer; algo que supone un hacer constante y decidido. Una manera respetuosa que va desde la relación con los otros hombres, pero que dice también referencia a toda la obra de la creación. Para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión trascendente; implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano aban donado o excluido (cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a re conocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que «con ello le confiere una dignidad infinita». A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos y cada uno, por lo cual nadie queda fuera de su amor universal. Y si vamos a la fuente última, que es la vida ín tima de Dios, nos encontramos con una comunidad de tres Personas, origen y modelo perfecto de toda vida en común. La teología continúa enrique ciéndose gracias a la reflexión sobre esta gran verdad (FT 85). Por lo mismo, el pastor ha de ser un defensor de la vida, de toda forma de vida humana, sin exclusiones ni reduccionismos. Esto creo que se plasma también hoy como una necesidad y no solo en aquellas que se refieren al ámbito del comienzo o final de la vida. Son diversas las maneras en las que, como sociedad, ponemos freno a la vida de diversas personas y colectivos. [342
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