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M. A. PENA GONZÁLEZ estar presentando u ofreciendo una hermosa «utopía». Quizás hoy en día ya no tenga sentido detenerse en esta idea, que tuvo su importancia en las décadas siguientes al Concilio, pero el pastor ha de estar atento a no hacer lecturas sociológicas, que pueden derivar en división. Pero esto no es óbice para que aquel que por razón de su oficio está llamado a en señar cosas sublimes, por la misma razón esté también obligado a testi moniarlas, a hacerlas veraces y concretas con su propia vida. En la Iglesia, a este respecto, se ha tenido conciencia de que la pa labra penetra más fácilmente en el que la escucha, cuando esta viene co rroborada por la vida del que habla. Verlo realizado en otro siempre es un envite más. Aquí surge un serio interrogante: ¿será, por lo mismo, necesario ca llarse ya que entre la existencia real —la vida— del sacerdote y el anuncio que proclama, existe una fuerte y significativa distorsión? La realidad es que el pastor ha de vivir en un esfuerzo continuo de conversión y ade cuación al anuncio. Podemos aquí volver al lugar del que partíamos, pues como decía Cordovilla, el mismo ejercicio del ministerio es fuente de es piritualidad y la espiritualidad es aliento para el ejercicio del ministerio. Algo que se ha plasmado en esa entrega generosa de muchos pastores, y que no ha estado ausente de múltiples y concretos límites. En este sen tido, el pastor como verdadero seguidor del Buen Pastor, tiene que aprender a vivir, a con-vivir también con sus propias miserias, pero sin descuidarse de orientar la mirada hacia el ideal que él mismo está lla mado a anunciar. Y, por lo mismo, una primera consecuencia del anuncio es la apertura interior del pastor que la está proclamando y comentando. Por lo mismo es totalmente inadmisible una vida sacerdotal que no esté orientada al anuncio, aun si al que le corresponde realizarlo advierte en sí mismo la dramática contraposición entre lo que dice y lo que vive. Pero incluso en dicha circunstancia el servicio no ha de cesar. El privar al pueblo de la palabra de Dios que le ha de ser comunicada sería —en una imagen propia de san Gregorio Magno— como abastecerse de trigo reduciendo las posibilidades de supervivencia30. No hay duda que esto requiere también de una fuerte consolación. ° Cf GREGORIO MAGNO,Reglapastoral[III,25],in Obras de San Gregorio Magno, 199. [3381

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