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M. A. PENA GONZÁLEZ en arrebatar el summum de la humildad para envanecerse, confunde en su interior lo que apariencia pretende»14. Como afirma unas líneas des pués, «cuando el pensamiento desvaría, enseguida se reflexiona en las obras pasadas»’5. El compromiso de servir a la comunidad pide, de antemano, la ha bilidad de conocerse honestamente a uno mismo, así como el fin que se persigue y se desea obtener. Esto implica un trabajo interior de revisión, que supone también una purificación de las propias intenciones. Este tipo de ideas están muy presentes en los testimonios frecuentes de los maestros de espiritualidad, donde se entiende que el ministerio ordenado —obispos-presbíteros-diáconos— están al servicio de la comunidad, por que primero han aceptado servir a Cristo. Su ministerio tiene así un carácter instrumental y subsidiario, puesto que «en» y a través de la «llamada» tienen la función peculiar y propia de hacer visible a Cristo «siervo», pues «en todo el mundo enseña Jesús y busca los instrumentos a través de los cuales puede enseñar»’6. El buen pastor que se convierte en pedagogo de los pastores, a los que dota tam bién de las herramientas necesarias para desarrollar ese ministerio. La afirmación del carácter instrumental del ministerio lleva, en con creto a los Padres, a hacer notar que la posible indignidad del ministro no pone en peligro la validez de un don sacramental que viene de Cristo: si el bautismo es santo debido a la diversidad de los méritos, habrá tan tos bautismos cuantos méritos diferentes haya, y cada uno creerá que recibe algo tanto mejor cuanto es más santo quien se lo da [...] lo que se da en este caso es una misma e idéntica gracia, no desigual, aunque los ministros sean desiguales, sino igual, porque Él es el que bautiza’7. 14 Ibid., [1, 8], 116. 15 Ibid., [1, 9], 117. 16 ORÍGENES, «Homilía XXXII, 2», Homilías sobre el Evangelio de Lucas, cd. A. López Kindler, Madrid 2014,204. 17 SAN AGUSTÍN, «Tratado sobre el Evangelio de San Juan [VI, 8]», Obras de San Agustín. XIII. Tratados sobre el Evangelio de San Jitan (1-35), ed. T. Prieto, Madrid 1955, 195-197. [332]

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