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M. A. PENA GONZÁLEZ de una confluencia perfecta entre ambos, lo que ha de estar en continui dad con el actuar de Jesús que ha venido para servir (cf. Lc 22,27), y que vemos también expresado en la experiencia de Pedro que transforma al paralítico del templo. No le ofrece nada suyo, sino que le da cuanto él ha recibido: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazoreo, ponte a andar» (Hch 3,6). 2. Vivir superando el límite El pastor está llamado a colaborar activamente en la obra de Dios. Es uno de esos elementos que, tanto al ministro ordenado como aquel que se siente llamado a esta causa, le ha puesto en una actitud de salida, de entrega radical y generosa. Pero la llamada a la misión debe repro ducir y testimoniar, en la propia existencia los caminos del Señor (Dida ché 11,8), los modos de vida del Maestro. El ministro ordenado necesita mirarse permanentemente en la imagen del pastor, pues es ahí donde encuentra su expresión más auténtica. Esto, por otra parte, ha sido una característica permanente de los maestros de espiritualidad, desde los Padres del desierto hasta nuestro presente. Recrearse permanentemente en la inagotable riqueza que suponen los múltiples caminos del Señor. Es en toda la vida del Maestro donde se atestigua, por medio de los he chos, la pasión por la humanidad. Algo que se hace todavía más evidente por medio de la entrega en la cruz; algo que se prolonga a lo largo de la historia. En este sentido, el verdadero discípulo ha de ser un apasionado. Los elementos constitutivos del ministerio ordenado se convierten así en los fundamentos de una espiritualidad que es eminentemente cris tológica, porque se orienta a reproducir los rasgos de Cristo «siervo». Pero seguir a Jesús supone también, igual que hicieron los discípulos, subir a Jerusalén. Recordemos la importancia que esto tiene en el evan gelio de Lucas: «Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén» (Lc 9,51). Pero asumir una tarea no está reñido con la preocupación y el miedo que conileva. Jesús ya había anunciado que su partida se había de con sumar en Jerusalén. Los discípulos, por lo mismo, le acompañan con miedo. Les sorprende que el Maestro opte por el éxodo... y, aunque él [3261

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