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ARTICULOS ños, no entrarán en el reino de los cielos" (Mt 18,3). Esta exigencia requerida a los más peque– ños, mejor, de hacernos niños, no es infan– tilismo. Morir, hacernos niños, nacer de nue– vo es ponernos en una situación original, co– menzar de nuevo. No es un cambio mera– mente estático. Pasar a la vida es entrar en un dinamismo nuevo, -la vida es actividad– Y esta actividad del hombre nuevo, del edi– ficio vivo, de la vida verdadera del resuci– tado no puede ser de orden intelectual, de conocimientos especiales que escaparían a las posibilidades de la mayoría. La exigencia ha de estar más bien en la línea del amor. El amor es algo humano y accesible a todos. Todos podemos amar. Subrayo que se trata del amor de unos a otros. En ese amor se incluye y sintetiza el auténtico amor a Dios. Fue Cristo quien lo redujo todo al amor fraternal: "Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. .. En esto conocerán todos que son discípulos míos: si se tienen amor los unos a los otros" ( Jn 13,34-35). El comentario lo hace el propio san Juan: "Queridos, no les escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo, que tie– nen desde el principio. Este mandamiento antiguo es la Palabra que han escuchado. Y sin embargo les escribo un mandamiento nuevo pues las tinieblas pasan y la luz ver– dadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, es tá aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano, per– manece en la luz y no tropieza" ( 1 Jn 2,7-10). Más adelante propone la verdadera defini– ción de resurrección: "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama, per– manece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano, es un asesino" (1 Jn 3,14-15). Pero no es sólo san Juan quien ha com– prendido esta maravillosa simplificación hecha por Cristo, de reducir todo al amor fraterno. San Pablo lo dice tan enfáticamen– te, que no deja lugar a dudas: "Con nadie tengan otra deuda que la del amor mutuo. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de no adulterarás, no ma– tarás, no robarás, no codiciarás, y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmu- 10 la: Amarás a tu prójimo como á ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La cari• dad es, por tanto, la ley en su plenitud" (Rm 8,10). Y esta no es una afirmación esporádica y marginal. En la carta a los gálatas lo vuelve a destacar: "Sírvanse por amor los unos a los otros. Pues toda la ley alcanza su pleni– tud en este solo precepto: Amarás a tu pró– jimo como a ti mismo" ( Gál 5,13-14 ). Este amor a los hermanos tiene que im– plicar la muerte al propio yo, al egoísmo: "La caridad es paciente, es servicial, no es envidiosa. .. no busca su interés, no se irri– ta..." (1 Co 13,4-5). · Es una idea complementaria a la de la edi– ficación de los demás. Buscar el bien ajeno y no el provecho propio. Las citas textuales abundan: "Mientras haya envidia y discor– dia ¿no es verdad que son carnales y viven a lo humano?" (1 Co 3,3), es decir, mientras haya envidia, ustedes no han comenzado su conversión, no han hecho penitencia. "Si se muerden y devoran mutuamente, ¡ tengan cuidado no se destruyan mutuamente!" ( Gál 5,15). "Nada hagan por rivalidad ni por va– nagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio in– terés sino el de los demás" (Fil 2,3-4 ). Santiago, el Apóstol que en algunos as– pectos aparece como opositor a las prácti– cas paulinas, también coincide en esta apre– ciación: "Si cumplen plenamente la ley regía según las Escrituras: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, obran bien; pero si tienen acepción de personas, cometen pecado y que– dan convictos de transgresión de la ley" ( Sant 2,8-9). En fin, es el mismo san Pedro quien rati– fica la verdad de este principio de alteridad, de pensar en los demás: "Ante todo tengan entre ustedes intenso amor, pues el amor cubre la multitud de los pecados. Sean hos– pitalarios unos con otros sin murmurar. Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos admi– nistradores de las diversas gracias de Dios" (1 Pe 4,8-10). La conclusión paulina, describiendo la ac– tividad penitencial, la nueva vida a la que

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