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se discípulo del único Maestro que es Cris– to. No se trata de una sabiduría humana: "para que su fe se fundase no en sa_biduría de hombres, sino en el poder de Dws. Ha– blamos de sabiduría entre 1 los perfectos, pe– ro no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, aboca_dos ,a la rui:7-a, sino que hablamos de una sabidurw de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios des– de antes de los siglos para gloria nuestra, des– conocida de todos los príncipes de este mun– do. .. Nosotros no hemos recibido el espíri– tu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios. . . no con palabras aprendidas de sa– biduría humana, sino aprendidas del Espí– ritu" (1 Co 2,5-13 ). La misma idea la encontramos repetida: "Miren que nadie les esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo" (Col 2,8). Recordemos que esta metáfora de la en– señanza no ha de entenderse como algo me– ramente intelectual. Ciertamente esta metá– fora se mueve en el terreno de lo mental (metanoia = cambio de mentalidad) pero se usa indistintamente con la metáfora de la generación, como hemos visto, y afecta a toda la persona indicando no sólo una nue– va mentalidad, sino también cambio de vi– da, cambio de camino. Ser discípulo de Cris– to y no de los hombres es lo mismo que ser ya la nueva creatura, otra expresión de la penitencia que nos incorpora al Reino de Dios. El sermón de la montaña tipifica esta obe– diencia a la palabra de Dios frente a otras enseñanzas meramente humanas: "Han oído que se les dijo... Pero yo les digo" (Mt 5, passim). Esta es la disposición que Cristo quiere inculcar desde el primer momento, y sin esta docilidad no hay posibilidad alguna de conversión sobrenatural. B) Penitencia en metáfora de generación Esta perspectiva fue abierta por Jesucris– to .ante la sorpresa e incredulidad de Nico– demo: "El' que no nazca de lo alto, no pue– de ver el Reino de Dios" (Jn 3,3 ). Este na– cimiento segundo es obra del Espíritu, co– mo es obra también del Espíritu el ser dis- ARTICULO$ cípulo de Cristo: "Lo naci1~ de la car~e: ef, carne; lo nacido del Espmtu, es espmtu (Jn 3,6). Nacer de lo alto, ser hombre nuevo, ser una nueva creación, son designaciones de esta penitencia o cambio total de la perso– na que entra en el Reino de Dios: :'El que, es~ tá en Cristo, es una nueva creacwn; paso lo viejo, todo es nuevo" (2 Co 5,17). "L_es con– juro que no vivan ya como los gentiles,, se– gún la vaciedad de su mente. . . N_o es ~ste el Cristo que ustedes han aprendido, si es que han oído hablar de él, y en él han fido enseñados conforme a la verdad de Jesus, a despojarse, en cuanto a su vida anterior, del hombre viejo. .. a renovar el espíritu de su mente y a revestirse del Hombre Nuevo, creado según Dios en justicia y santidad ver– daderas" (Ef 4,17-24 ). Se vislumbra que este Hombre Nuevo im– plica una incorporación real a Cristo me– diante el Espíritu. El texto de los colosenses lo aclara más: "Despójense del hombre vie– jo con sus obras y revístanse del hombre nuevo que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto según la imagen de su Creador donde no hay griego ni judío, circuncisión e incircuncisión. . . esclavo o li– bre sino que Cristo es todo y en todos" ( Col 3,9-11 ). Aquí aparece el carácter dinámico y progresivo de esta conversión en Cristo que lo es todo "en todos". También en la carta a los efesios se subra– ya el carácter del hombre nuevo en Cristo: "para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo" (Ef 2,15). La penitencia es un cambio del hombre viejo al hombre nuevo. El hombre viejo es lo puramente humano, carnal, los criterios naturales, tal como lo describe Pablo: "Los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espi– ritual" (Rm 8,5). "El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzga– das" ( 1 Co 2,14 ). El hombre nuevo es el dó– cil al Espíritu, poseído por El, hasta el pun– to de que Cristo vive en él: "No soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Gál 2,20). "El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le perte– nece" (Rm 8,9). 7

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