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ARTICULO$ pu]os comen sin lavarse las manos, Cristo cita a Isaías y responde: "Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está le– jos de mí. El culto que me dan es inútil, por– que la doctrina que enseñan son preceptos humanos (Is 29,13). Sueltan el mandamien– to de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres" (Me 7,6-8). El error está en poner, junto al que de– biera ser el único Maestro, otros maestros humanos. No hay conversión auténtica, no se ha logrado la liberación que supone un solo Maestro, la unidad íntima en la condi– ción esencial del discípulo. No es verdadero penitente el que se erige en Maestro o acep– ta otro maestro que no sea Cristo y su Es– píritu. Pablo se hace eco de este rechazo evangé– lico de todo otro magisterio humano cuan– do reprueba a los corintios que andan di– ciendo: "Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas" (1 Co 1,12). No sólo es una repri– menda a los corintios, sino una censura a quienes se dejan llamar maestros, hacien– do competencia a Cristo. No se puede reducir el evangelio a pre– ceptos humanos: "Que nadie les critique por cuestiones de comida o bebida, o a propósi– to de fiestas, de novilunios o sábados. .. Una vez que han muerto con Cristo a los elemen– tos del mundo ¿por qué sujetarse como si aún vivieran en el mundo, a preceptos como "no tomes", "no gustes", "no toques", co– sas todas destinadas a perecer con el uso y debidas a preceptos y doctrinas puramente humanos?" (Col 2,16-22). A:ceptar la conversión dejando a un lado tradiciones y magisterios humanos, es difí– cil. San Pedro no acababa de convencerse y necesitó recibir una clase particular de re– cuperación en Joppe ( cfr. Hech 10,9-16 ). Y Pablo pone en guardia a Timoteo contra los "espíritus engañadores... que prohiben el matrimonio y el uso de alimentos que Dios creó para que fueran comidas con acción de gracias por los creyentes y por los que han conocido la verdaad. Porque todo lo que Dios ha creado es bueno y no se ha de re– chazar ningún alimento que se coma con acción de gracias; pues queda santificado por la Palabra de Dios y por la oración. Si tú enseñas estas cosas a los hermanos, serás un buen ministro de Cristo Jesús" (1 Tim 4,2-6). La conclusión a la que llega Pablo es de una libertad plena en cuanto a estas peniten– cias corporales: "Uno cree poder comer de todo, mientras que el débil no come más que verduras. El que come, no desprecie al que no come; y el que no come, tampoco juzgue al que come. . . ¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno?" (Rm 14,1-4 ). Más adelan– te sintetiza su pensamiento: "El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo. Toda vez que quien así sirve a Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los hombres" ( Rm 14,17-18). El verdadero peligro para una genuina pe– nitencia-conversión, según todo el Nuevo Testamento, son los magisterios o tradicio– nes humanas. Enumero una serie de pasajes que nos ponen en guardia contra enseñanzas humanas: 1 Co 1,10-31; Gál 1,6-10; Col 2, 6-23; 1 Tim 1,3-7; 4,1-16; 6,3-16; 2 Tim 2, 14-26; 3,1-17; 4,1-5; Tit 1,10-16; Heb 8,8-13; 9,9-11; Sant 3,1-18; 2 Pe 2,1-3; 3,3-10; 1 Jn 2,18-28; 4,1-6; 2 Jn 7-11; Judas 3-23. Es cierto que se habla de falsos maestros y que en rigor lógico serían admisibles ver– daderos maestros humanos, pero por otro lado la insistencia evangélica en el texto prín– cipe: "No se dejen llamar maestros, porque uno solo es su Maestro, Cristo" (Mt 23,8) elimina esa posibilidad. Esto viene corrobo– rado por otros textos, comenzando por el clásico de Jeremías: "Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: "Conoced a Yahvé", puesto todos ellos me conocerán del más chico al más grande, oráculo de Yahvé" ( J er 31,34), y que Jesús reafirma: "Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios" (Jn 6,45). Insiste san Pablo: "el hom– bre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarle" (1 Co 2,15). Y san Juan: "La unción que de El han recibido permane– ce en ustedes y no necesitan que nadie les enseñe" (1 Jn 2,27). Esta sería la primera característica de la penitencia y conversión evangélica: libera– ción de las enseñanzas humanas y plena do– cilidad al Espíritu. Sirviéndonos de la me– táfora de la docencia, convertirse es hacer-
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