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ARTICULOS Un análisis de lo que es el Reino nos ayu– dará a comprender el carácter de la peniten– cia cristiana. Dios habla al hombre para manifestarle lo que quiere de él, para exponerle su proyec– to, que es la implantación del Reino de Dios. Un reinado que no significa aceptación pa– siva, sino colaboración personal y creativa en un mundo nuevo. El Reino de Dios se ofrece a todos como gracia, como don, pero al mismo tiempo co– mo exigencia. Si es así, esta exigencia que el hombre debe llenar, tiene que tener cabi– da en categorías humanas, aun suponiendo, como hay que suponer, la necesidad de la gracia. Dios no puede esperar del hombre algo que el hombre no puede dar como hom– bre. Dios puede pedirle al hombre lo que es– tá dentro de sus posibilidades humanas, no lo que está más allá de ellas. Esta sería una primera conclusión del aná– lisis del Reino de Dios como exigencia: EL REINO DE DIOS ES PARA LOS HOMBRES Y EXIGE UNA RESPUESTA HUMANA. El Reino no exige a los hombres algo que no pertenezca a la categoría de lo humano. Lo sobrehumano será don pero no exigencia. Dios podrá pedirme que escuche, que hable o guarde silencio, pero nunca que actúe, por ejemplo, como si tuviera naturaleza angéli– ca. Es lo que podríamos llamar carácter an– tropológi:co del Reino de Dios. Otra consecuencia es que si el Reino se ofrece a todos los hombres, la exigencia di– vina ha de situarse, dentro de la categoría de lo humano, en un nivel accesible a las per– sonas de ínfima condición y no sólo a las de rango superior. El Reino tiene que ser popular, no puede situarse en unos cauces por los que solamente puede transitar el in– telectual o el acaudalado, y no el campesino sencillo. EL REINO DE DIOS ES PARA LOS HUMILDES, PARA LOS POBRES, PA– RA LOS ULTIMOS DE LA SOCIEDAD. Es el carácter católico-universal del Reino. Hay que aadvertir enseguida que este ca– rácter popular del Reino de Dios no ha de confundirse con el facilismo. El Reino de Dios no es una coladera. Las exigencias es– tán al alcance de los más pobres y pequeños, pero son exigencias. También los más po- 4 bres pueden, desgraciadamente, negarse a dar a Dios la respuesta adecuada. Pero son los ricos y los sabios los que tienen que acomodarse a los pobres y a los sencillos, y no viceversa. Es el carácter agónico-kenóti– co del Reino de Dios. "Entren por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espa– cioso el camino que lleva a la perdición y son muchos los que entran por ella; más ¡ qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! y pocos son los que lo encuentran" (Mt 7, 13-14 ). "El Reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arre– batan" ( Mt 11, 12). He aquí la tercera con– clusión: EL REINO DE DIOS ES PARA LOS QUE SE HACEN VIOLENCIA. Tenemos que preguntarnos: ¿qué tipo de violencia? La violencia de la conversión. La conversión es un cambio de toda la persona que, sin dejar de ser hombre -esta es la primera condición del Reino- le capacita para ser hombre en plenitud, en madurez. Es decir, el Reino está destinado a los hombres. Debe tener un grado mínimo de hominiza:ción, como punto de partida. Pero la meta no es la homnización, sino la huma– nización, la plenitud de lo humano. "Hasta que lleguemos todos al estado de hombre perfecto" ( Ef 4, 13). Aquí se entronca el esfuerzo en Latinoamérica por comenzar por sacar al hombre del estado infrahuma– no en que a veces se encuentra ( estado de no-hombre) para lograr una condición mí– nima de vida humana y de ahí pasar a una plenitud humana. Este pruceso de un míni– mo a la plenitud de lo humano es lo que llamamos conversión, sin excluir, por su– puesto, lo sobrenatural. "Conviértanse por– que el Reino de los cielos ha llegado" (Mt 4, 17). La cuarta conclusión, pues, será: EL REINO DE DIOS ES PARA LOS QUE SE CONVIERTEN. La penitencia no es un acto previo, sino la realización misma de lo que Dios viene a pedirnos. Hay que notar, por supuesto, que esta penitencia y conversión es todo un pro– ceso, una realidad dinámica e histórica, siempre nueva, porque el escuchar y el po– ner por obra la Palabra de Dios es tarea de cada día. El escuchar y cumplir es una disposición permanente, que presupone una disponibilidad de sí mismo, una itinerancia,

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