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ARTICULOS nerario que Dios le hizo recorrer hasta el momento de su muerte inminente: "El Se– ñor me dio de esta manera, a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia; en efecto, como estaba en pecado, me pare– cía muy amargo ver leprosos . Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos y prac– tiqué con ellos la misericordia. Y al sepa– rarme de ellos, aquello que me parecía amar– go, se me tornó en dulzura de alma y cuer– po; y después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del siglo" (Testamento). El comienzo de penitencia fue un princi– pio de amor al hermano, el más necesitado, el más pobre. No es un amor fácil. Fran– cisco tiene que hacerse violencia. Es miseri– cordia, solidaridad, servicio. He aquí el pun– to clave de la penitencia franciscana que viene a coincidí; 'Con los criterios evangéli– cos vistos en la primera parte. Y Francisco aplica este concepto de peni– tanda a sus hermanos que "llevaban cilicios y argollas de hierro a raíz de la carne, lo cual era causa de que muchos enfermaran, llegando algunos a morir, y de que otros se hallaran impedidos para la oración" (Flore– cillas, cap. 18). Es la deformación de la pe– nitencia, centrada en el propio yo, en ámbi– to individual, penitencia destructiva, que imposibilita la oración y la misma vida. Francisco lo manda dejar todo. No es esa una penitencia que genere amor. Como ha– bía di'Cho San Pablo: "Tales cosas tienen una apariencia de sabiduría por su piedad afectada, sus mortificaciones y su rigor con el cuerpo; pero sin valor alguno contra la insolencia de la carne" ( Col 2,23). Todavía otro detalle. La conversión de Francisco está daramente marcada por la idea de la "edificación". El Crucifijo le ha– bla: "Francisco, vete y repara mi casa que, como ves, está a punto de arruinarse toda ella". Los hombres, desde el rey David que ya quiso levantar una casa para Dios, estamos tentados a emplear nuestras fuerzas en la construcción de templos o iglesias para Dios. Pero el Señor más bien ha insistido en que la "edificación" que pretende es la humana, la apertura a los demás por el amor. Las piedras vivas somos los hombres ( 1 Pe 2,5 ). Tampoco Francisco se vio libre de este equívoco en sus comienzos espirituales. Re– edificó la iglesia de San Damián, la ermita de San Pedro y la Porciúncula. Ya san Bue– naventura tiene que escribir en su Leyenda Mayor: "La voz divina se refería principal– mente a la reparación de la Iglesia que Cris– to adquir ió con su sangre, según el Espíri– tu Santo se lo dio a entender y el mismo Francisco Jo reveló más tarde a sus herma– nos" (cap. 2). Francisco termina por abandonar este afán constructivo material, y dará a su con– versión este sentido antropológico de edifi– car a sus hermanos, de amarlos y servirlos. La pobreza no es desprecio de lo material, sino solidaridad con los pobres. El se aver– gonzaba al encontrar a otro más pobre que él (Espejo de Perfección, n'? 17). La verdadera penitencia lleva a construir la fraternidad por esta su capacidad gene– rativa de amor. Celano refiere de un religio– so que so pretexto de mayor perfección el diablo le sugiere el deseo de apartarse de los demás. Francisco descubre el engaño y le advierte: "En adelante ten cuidado de no separarte de tu Religión y de tus hermanos con pretexto de santidad" (Vida Segunda, cap. 6. nn. 32-33 ). Este es el término de la genuina peniten– cia: se crea comunidad, porque uno sale de su aislamiento, de su egoísmo, y se entre– ga a los demás por amor. Y por el amor que es comunicativo se propaga y se levanta el Reino de Dios, en el que los hombres vivi– mos como hermanos y nos servimos unos a otros a porfía, eliminando las diferencias de dases, las injusticias, y se experimenta la alegría y la libertad de los hijos de Dios. Conclusión Sintetizo en unas breves afirmaciones el resultado de esta sencilla disquisición: l. La penitencia es respuesta a la Palabra de Dios e incorporación a su Reino. 2. La penitencia no es una actitud destruc– tiva de lo creado por Dios.

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