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152 BERNARDINO DE ARMELLADA que quedaron en Algecira, mando que pongan las camisas de ellos en la pared de Santa Clara, y pinten en ella ese milagro que caesció. Y mando que delante de dicho altar se puedan enterrar en la dicha pared cualquiera de mis sucesores, y el dicho Francisco Fernández. Por quanto yo mandé dar diez marcos de plata para la obra de la dicha iglesia, por el enterramiento y pared de ella". "Item mando que las dos casas y tres viñas y una tierra que yo mandé al dicho Francisco Fernández para su vida, las dexe a una capellanía, con cargo que cada semana se diga una Missa en el dicho altar por él y por las ánimas de dichos mis criados. Y que el día de Santa Clara se diga una Missa cantada, porque quede esta memoria para siempre jamás". Don Modesto Salcedo, párroco de Maneses, que firma la comunica– ción, dice que el texto citado del testamento "parece mostrar el comien– zo de la devoción a Santa Clara... " Si se fija uno en las IJalabras finales del primer párrafo: "y vinieron muchas veces los míos a Santa Clara delante de la pelea", parece que ya existía tal devoción, aunque se intensificara a causa del hecho referido. En realidad existía ya desde unos años antes de 1291 el monasterio de Clarisas de Reinoso, a unos kilómetros de la ciudad de Palencia, monasterio que se trasladaría a esta ciudad en 1378. De otras regiones, y por lo que se refiere al origen de la devoción, valdría lo que se refiere al origen de la fundación de cada convento de clarisas. Es una historia sólo parcialmente escrita y de cuya extensión formidable son indicio los centenares de monasterios que hay o ha habi– do en España a lo largo de los tiempos. De esta herencia devocional es signo lo que anota I. Omaechevarría en la presentación de los escri– tos de Santa Clara: "La devoción a Santa Clara estuvo muy difundida sobre todo por todo el litoral hispano, desde el Mediterráneo, con la leyenda del arribo de las primeras Clarisas a Barcelona en una barqui– chuela abandonada al capricho de la olas, y desde el monasterio de Clarisas de Moguer, a cuyas oraciones encomendaba Cristóbal Colón en 1492 el éxito de su empresa y a las que entregaba como exvoto algunas de las primicias del Nuevo Mundo a su regreso, hasta la bravía costa cantábrica" 21 • 23 Escritos, .3.

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