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296 GERMÁN ZAMORA tationes, no siempre convergentes. Lo que en el Itinerarium era un recorrido ascensional hacia la misma meta, sin estridencias ni sombras, no aparece así en las Collationes. ¿ Es que se había producido en el pensador un tránsito del intelectualismo de corte clásico propio del prólogo al Comentario a las Sentencias (hacia 1250) a otras posiciones menos confiadas y apolíneas? El teólogo que, según M.-D. Chenu, había definido mejor que nadie el papel de su ciencia como elaboración racional de la fe para hacer inteligible lo creíble, ¿estaba tocado de la marea del tiempo, o acaso de senilidad, y tendía por ello a especular sobre teología de la historia y de la cruz a la luz de la sola Escritura, como suponen algunos investigadores alemanes? Sea lo que fuere, es cierto que las Collationes ven en la sabiduría cristiana la respuesta, con carácter de urgencia, al desafío de los filósofos y a la decadencia moral de muchos teólogos y tratan de enlazar aquélla con la contemplación de Dios en la Escritura. Aquí el guía modélico es Francisco de Asís, que llegó a la plena inteligencia de la Biblia por la vía de la cruz, trascendiendo toda ciencia que no termine en el amor. Mas ¿ qué función atribuye Buenaventura a la filosofía en la adqui– sición de la sabiduría ? ¿ Es lícito llanarle cristiana ? Quizá por sin– tonía y reciprocidad vital entre el hombre y el pensador, Buenaventura no escribió obra alguna de carácter no ya exclusiva, pero ni predomi– nantemente filosófico. Esto, y el fracaso de otros intentos para escla– recer la pregunta, le mueve a Bérubé a buscar respuesta examinando la jerarquía del saber filosófico entre los hábitos intelectuales que constituyen la sabiduría cristiana. Aparece encuadrada en el primer grado o punto de partida, así como la fe se encuentra en el segundo. La teología las reduce a la unidad, asumiendo el saber filosófico como un medio para lograr el fin que la fe nos propone. Entre otras cosas, para acertar a leer el libro de la creación el teólogo debe asumir al filósofo. La ciencia de éste pertenece sólo a la integridad de aquella sabiduría, a la que debe servir. Dentro de ese ámbito no es, pues, autónoma. Sobre esa ancilaridad de la filosofía en teología no parece caber duda, según la fórmula bonaventuriana: « Illa ancilla, haec do- mina», aplicable tambien a las ciencias en general. · En cuanto al desarrollo del pensamiento filosófico bonaventuriano, Bérubé percibe una evolución interna que lo lleva de una teología del hombre, imagen de Dios, en el Comentario a las Sentencias y Breviloquio a una filosofía de Dios, objeto primero de las facultades en el I tínerarium, pasando por una etapa de maduración en las cuestio– nes disputadas sobre la Ciencia de Cristo y el Misterio trinitario. En definitiva, filosofía y teología aparecen demasiado coenvueltas como para desencasillarlas con facilidad. Que « el de la naturaleza de la filosofía según S. Buenaventura sea el problema bonaventuriano por excelencia » (p. 8) podrá ser así para los bonaventuristas de nuestro siglo que se lo han creado. A nosotros non parece una cuestión dema- ____J

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