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SAN BUENAVENTURA A NUEVA LUZ 301 lo demás, no pocos elementos, concordándolos, como suele suceder en casos similares en que la eficacia de la acción se antepone a la pureza del sistema. La elección se basaría entonces en cierta afinidad espiritual– ministerial de los capuchinos y el modelo bonaventuriano, pudiendo llegar a suscitar pronunciamientos oficiales en ese sentido. De haber ocurrido así las cosas, estarían en estrecha consonancia con la primera ordenación conocida al respecto (1578): « Exhortamur omnes ut sequantur in theologia doctrinam S.ti Bonaventurae, cum sit Doctor tam dignus et devotus ». Y es hipótesis con mayor credibilidad que su complementaria del salto atrás o retorno al franciscanismo pri– mitivo también en lo doctrinal. Por lo demás, tampoco les faltaban incitaciones desde fuera, ya que por aquellas fechas un ministro general de la Observancia decretaba la vuelta a Buenaventura en desfavor del escotismo imperante (1562). En lo legislativo las Constituciones capuchinas se han mostrado sumamente discretas a lo largo de tres siglos. Las más explícitas fueron las de Antonio Barberini, de escasa duración (1638-43) y que, además admiten el tándem Buenaventura-Tomás de Aquino. En general, la legislación oficial de la Orden se ha mostrado siempre abierta hasta nuestros mismos días y, dentro de los sistemas escolásticos, no poco ecléctica, oscilando con las directrices eclesiásticas. En el terreno de las realizaciones capuchinas sobre la teología, filosofía y pensamiento ele S. Buenaventura en otras áreas, tampoco se prevén grandes descubrimientos, confirmándose tal vez la sospecha de que la « Escuela bonaventuriana capuchina » tuvo más nombre y aura que entidad. Se mencionan en ese sentido las amplificaciones entusiásticas de Boverio, los tanteos de Jerónimo de Pistoya como coeditor, con el conventual Antonio Posi, del Comentario a las Senten– cias (1569); el intento fecundo y malogrado de Pedro Trigoso de Cala– tayucl en su incompleta Summa Theologica bonaventuriana (1593); Va– leriano Magni, Juvenal de Nonsberg, Bartolomé Barbieri, y pocos más. Algunos rasgos del movimiento bonaventuriano en su marcha se– cular han sido: el puesto señero reservado al Itinerarium entre sus escritos; el abandono progresivo de la teoría platonizante de la ilumi– nación en el orden filosófico-teológico; el notable influjo místico y espiritual, preconizado por Gerson; la porosidad de su ideario - mejor que sistema - a otros influjos en sus seguidores, etc. De esos otros miembros de la gran familia bonaventuriana que son una pléyade de investigadores del siglo XX se ocupa Bérubé en diálogo frecuente con sus interpretaciones. La obra de nuestro autor supone muchas veces una criba para las mismas, no importa el prestigio de quien las apadrina. A ese respecto es notable el caso ele E. Gilson, por no mentar sino al má¡; respetable de todos.

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