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300 GERMÁN ZAMORA armados hasta los dientes ». En parecido menosprecio ve el Brevilo– quium y la obra toda de un doctor no sólo « querúbico » por iluminar la mente, sino « seráfico » por inflamar el corazón. En esas coordenadas no entiende Gerson cómo no ha sido canonizado aún esta « Lucerna lucens et ardens », que es el modelo de la discreción para la teología y espiritualidad cristianas. 5. La « Escuela capuchina » de S. Buenaventura En cuanto al problema del bonaventurismo en la Orden capuchina, Bérubé trata de destrenzar su compleja urdimbre para ver con nueva luz el origen, desarrollo y alcances de un viejo tópico. Pues así puede llamarse a un hecho aceptado desde siglos con más inercia mental que crítica histórica y tratado más por quienes barajan datos, fechas, sucesos y leyes que por auténticos buceadores en la intrahistoria que los potencia. Es evidente que en esta perspectiva importa más analizar la trama subyacente que el recuento en1dito de las vicisitudes oficiales del fenómeno. El planteamiento pudiera resumirse así: procediendo la mayoría de los primeros capuchinos de las filas de las otras ramas franciscanas, su formación teológico-filosófica tenía que ser, por lo común, escotista. Aceptar de pronto el magisterio de Buenaventura suponía para la nueva « obediencia» un verdadero corte espiritual, que no duda en denominar « conversión ». Para descubrir los factores de la misma hay que recurrir al con– texto histórico en que se produce, sin fijarse demasiado en los aconte– cimientos macroscópicos de la época - renacimiento en su fase final, reforma protestante, contrarreforma católica tridentina. Jesuitas y capuchinos serían dos fuerzas decisivas en el triunfo de esta última. ¿ Hasta qué punto pudieron influir esos factores externos en la Orden capuchina para que optara por S. Buenaventura, si en realidad optó alguna vez inequívocamente por él ? La reacción contra la oratoria renacentista no explica mucho. Tampoco las prescripciones tridentinas sobre los estudios positivos de los clérigos (Escritura, moral...). Y nada se diga del protestantismo. Más que en esos factores exógenos cree Bérubé en el influjo de la propia conciencia de la misión capuchina en la Iglesia y del método más apto para ejecutarla, aunque el medio religioso pudiera avivarla considerablemente. Esa misión de la Orden era de tipo pragmático más bien que intelectual, siendo su destinatario inmediato el pueblo y no los círculos doctos. Al primero se llegaba por el camino directo de la predicación antes que a través de una teología escolástica bastante desencarnada por puramente especulativa. Tal instrumento lo encontraban mejor en el ideario bonaventuriano que en los sistemas escotista o tomista, de cuya teórica tomarían, por
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