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76 ANSELMO DE LEGARDA Antonio Muratori (f. 961), y en españoles como Francisco Romá y Rosell (f. 962), o Campomanes (f. 963), o el canónigo de Valencia, don Pedro Mayoral (f. 964). Se aclara el sentido de la palabra lujo en los que lo han combatido (f. 966). Con el folio 967 y pliego 287 entramos en el artículo VII. « Un argu– mento ad lwminem, o convencimiento de lo dicho hasta ahora en refuta– ción de los censores sobre la acepción de la palabra lujo, deduciéndose, en efecto, del todo del escrito de los mismos que o cometen un gravísimo error en la idea que atribuyen a dicha palabra en su definición y en el supuesto de tener al lujo precisamente por vicio, o que es impertinente el cúmulo de raciocinios y autoridades que traen». Y seguimos en la discusión sobre el sentido de la palabra lujo. Los textos sacados de la Sagrada Escritura no prueban lo que los censores pretenden (f. 969). En el artículo VIII (f. 973, pliego 290), más sobre el valor de la palabra lujo y enseñanzas de Santo Tomás sobre la magnificencia. Sigue una disquisición sobre si la palabra lujo se ha podido usar, como se usa, para denotar una suntuosidad moralmente indiferente in specie, según se explican los teólogos por lo regular, o si indica precisamente un vicio, de modo que no pueda usarse con otra acepción. Continuamos enzar1.ados en la misma disputa al entrar en el artícu– lo IX (f. 979, pliego 293). Y tornamos a la magnificencia según santo Tomás (f. 928), para interrumpirla así (f. 986): « Esta es la doctrina del santo doctor Angélico, la cual ¡ cuán distante de lo que suponen los censores ! ¿ En dónde está la buena fe de los hombres ? ¡ Oh, Dios santo, Dios de la verdad ! ». Y prosiguen los comentarios sobre el de Aquino, aclarados más tarde (f. 994) con los del P. Rodrigo Arriaga, y luego con la autoridad del franciscano P. Juan Riquelme (f. 999), de San Agustín (f. 1002), citado también por los censores, aunque inadecuadamente según el delatado. Y torna a las enseñanzas de Santo Tomás, ahora sobre la modestia (f. 1005), seguidas del comentario del cardenal Vio Cayetano (f. 1007) y del Tostado (f. 1014). Tras un cálido elogio de las Sagradas Escrituras (f. 1016) entra Nor– mante a dilucidar el sentido de pasajes alegados por los censores, en Amós 6, Lucas 16, primera de San Pedro 3, primera a Timoteo 2. Explica el oro de Exodo 25 y Números 36, etc., sin olvidarse de Judit (f. 1025) ni de la admiración de la reina de Sabá ante la magnificencia de Salomón. Analiza lugares del Deuteronomio y Ezequiel 16, 27 y 28, igual que el de la mujer fuerte de los Proverbios 31 (f. 1034). En al folio 1041 alude a los marcionitas, encratitas, maniqueos y otros « herejes malvados y perniciosísimos que han dado tanto que hacer a la Iglesia de Dios por un camino contrario o tan diverso del de los liber– tinos, pues si éstos han declinado por excesiva abominable indulgencia, aquéllos por una austeridad que han afectado... ». Comparte Normante el mal concepto de los libertinos con el P. Cádiz, según vimos en su enfren– tamiento con el Siglo Ilustrado. El acusado podría añadir más pruebas en defensa de sus cuadernos, « pues antes de hacer supuesto alguno en la parte doctrinal de éste y de
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