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DELACIÓN AL SANTO OFICIO POR EL B. DIEGO J. DE CÁDIZ 67 ellos o por parte del Estado, quizá con ruina de la santa disciplina regular. No pretendo, ni quiera Dios me ocurra pretender que se aniquile o se disminuya demasiado el número de personas religiosas consagradas espe– cialmente a Dios por medio de los tres heroicos votos de pobreza, obe– diencia y castidad absoluta. Pero no haya tantos que se verifique siempre respecto a los mismos y se clame con lágrimas de la Iglesia y del Estado lo de multiplicasti gentem et non multiplicasti laetitiam, y que, lejos de aumentar la alegria de la casa del Señor, la confundan y llenen de desconsuelo »••• Y prosigue con otras reflexiones parecidas, insistiendo en las defecciones de unos, en la vida indigna de otros, por haber abrazado prematuramente la vida religiosa. Los calificadores « en primer lugar oponen que parece que en este siglo de ilustración se lisonjean sus seguidores de que sabe más un niño de diez años que un joven de veinte, y un doctor de mediana edad que los más ancianos y consumados de la antigüedad; de lo cual es de inferir que, si antes se debía profesar a los dieciséis años, ahora correspondía hacerlo a los diez. Yo niego el antecedente tomado en el sentido absoluto que se sienta, y niego el consiguiente y la consecuencia... » (f. 664s). Explica el profesor a qué obedecen los progresos actuales en ciertos ramos, como el de la literatura. Pero « para asegurar el valor y el acierto en las profe– siones religiosas se requieren conocimientos muy propagados de lo que es el mundo y el claustro y de todos los demás objetos de Filosofía Moral cristiana, como así mismo se requiere disposición de firmeza en la volun– tad; en nada de lo cual puede pretenderse que están adelantados nuestros jóvenes sobre los que les han precedido, sino muy atrasados, como lo manifiestan los mismos claustros y las providencias en razón de ello tomadas por las legítimas potestades. Y yo estoy en la firme creencia, de la cual podría dar sobrados fundamentos, de que en las cosas respectivas a la voluntad, los niños y los jóvenes de ahora son y parecen más niños y más jóvenes que los del tiempo de nuestros mayores, habiendo la respec– tiva debilidad por lo común en los hombres de las posteriores edades maduras, sea a influjo de la deterioración de nuestros cuerpos, sea por otras causas físicas y morales de que tratan los sabios» (f. 665s). Los calificadores objetan que se requiere más edad y deliberación para abrazar el estado de matrimonio que el religioso: « la razón dicta que no pide más luces la elección del estado religioso que la del matri– monio» (f. 669). La del matrimonio no se aplaza hasta la edad requerida por Normante para la profesión religiosa. En una serie de folios el dela– tado se empeña en resolver la dificultad. Se arrima de nuevo al P. Arbiol. Calificadores y delator han esgrimido el sinite parvulos venire ad me del Evangelio. Y el delatado replica preguntando si « dice aquí por ventura la Majestad de Cristo, Señor nuestro, sinite parvulos et infantes ad reli– giosam professionem venire » (f. 681). Y da normas sobre el buen uso de la Sagrada Escritura, amparándose en Gotti, « a quien cito ahora con preferencia a otros por ser esta obra suya la que sirve de elementos para la enseñanza de la Teología en la Universidad de esta ciudad» (f. 682). Y nos remite al tratado isagógico de su Theologia scholastico-dogmatica.

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