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CENTENARIO DE LAS TERCIARIAS CAPUCHINAS 333 y, después de varios años de espera por causas ajenas a ella, el 8 de febrero de 1905 partieron cinco hermanas para la misión de los capuchinos valencianos en la Guajira colombiana, con lo que entraba en vías de ejecución otro de los objetivos previstos en las constituciones. No erraba Amigó al intuir que América sería para sus hijas el continente del máximo porvenir. Antes de medio siglo de su llegada a Colombia, esta nación había tomado la delantera a España en cuanto a expansión y florecimiento del instituto: una estadística comparativa da, en 1951, 64 casas y 520 religiosas profesas a la primera, contra 32 y 315, respectivamente, a la segunda, siendo esa diferencia bastante más abultada en 1969, con 90 casas y 1.014 profesas en Colombia frente a 36 y 407, respectivamente, en España. El toque del Concilio Vaticano II a renovarse afectó al instituto amigoniano como a todos sus congéneres. Tres de sus capítulos generales (1968, 1974, 1980) se ocuparon de esa puesta al día, no tan urgente en esta joven congregación como en otras. Además, Luis Amigó se había antici– pado a tales eventualidades, dejando abierto y modificable su texto consti– tucional, según lo exigieran « la variedad de los tiempos y de las cir– cunstancias ». El hacerlo sería de competencia del capítulo general, que lo llevaría a cabo, primero, en plan experimental y, luego, previo examen bien maduro en otro capítulo, en forma definitiva. El nuevo texto legislativo fue aprobado por la Santa Sede en 1982. Ni el «ser» ni el «hacer» del instituto cambian sensiblemente, pero sí la atmósfera teológica bajo la que se desenvolverían en adelante, que era la de los documentos conciliares y exhortación Evangelica testificatio, de Pablo VI. Algunas formulaciones adquirirían un colorido más proximo a la regla franciscana, como ésta, relativa a la forma de vida: « guardar el santo Evangelio, viviendo en comunidad fraterna, minoridad y penitencia, en comunión con la Iglesia y en fidelidad a nuestro carisma ». Ni que decir tiene que la congregación ha experimentado, en las décadas postconciliares, las vicisitudes comunes: abandonos, cambios en cuanto al nombre individual y al hábito, aparición de fraternidades de nuevo signo, búsqueda de nuevos campos de apostolado y de nuevos modos de presencia evangélica, posibilidad de nuevas experiencias dentro del propio espíritu, inserción en el medio social, triunfo relativo de la pluriformidad, etc. 2. La historia escrita Las noticias del apartado precedente provienen de ella. Soñando y proyectando la celebración del I Centenario de la congregación, el capítulo general de 1968 decretó la recogida de datos para confeccionar su historia. El acontecimiento lo merecía. Se volvió sobre el asunto en el capítulo de 1980, y el consejo general confió « la organización del proyecto y la responsabilidad de la redacción » al padre Lázaro Iriarte, capuchino, e historiador de reconocida reputación. Designados equipos de hermanas colaboradoras en varias naciones - la congregación está presente en una

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