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ANGELA MARGARITA SERAFINA 87 A fuer de auténtica contemplativa, no podía menos de unir a su entrega al Amor, que salva y redime, el celo por el bien de las almas. En carta a la ya mencionada clarisa de Tortosa, que quería verse con ella, le decía: «No tenga envidia de tan miserable consue– lo como yo le podría dar si le hablase: busque el que le puede dar el Creador .. . Hija mía, estoy acabada; once veces me han san– grado en una enfermedad; pero tal cual estoy, iría a Turquía con gran ánimo para morir por Cristo, Esposo mío, y por el bien de las almas». En un rapto se le oyó repetir: «¡Esas almas, Señor, esas almas! Os pido que las salvéis». No consideraba privativa de la superiora esa benéfica irradia– ción exterior; muy al contrario, hubiera querido que cada una de sus hermanas de comunidad participara de tal misión. •<En los últi– mos añqs -escribe sor Isabel-, con achaque de su larga edad y corta salud, se retiró de la reja, negándose a los que la llamaban, y decía a sus hijas: -Empezad, empezad vosotras a tratar, que todo lo habréis me– nester : no tengo yo de vivir siempre. Conózcaos la gente» . «Quiero morir y ser sepultada como verdadera capuchina» Madre Serafina había cumplido 65 años. Corporalmente se ha– llaba acabada de dolencias, unas de origen natural, otras efectos de ocultas experiencias místicas. Espiritualmente moraba más en el cielo que en la tierra, con un anhelo mal contenido de volar al abrazo del Esposo eterno. Por otro lado no se sentía ya necesaria, habiéndole dado el Señor tantas hermanas que podían proseguir su obra. Fue en la fiesta de la Purísima Concepción, 8 de diciembre de 1608, cuando tuvo la certeza de que no celebraría en la tierra la Navidad. Desde entonces cantaba y hacía cantar a las hermanas, poseída de un gozo conmovedor. El 15 de diciembre reunió por últi– ma vez la comunidad en capítulo: todas comprendieron que era la despedida. Propuso a votación la admisión de la novicia sor María Angela Astorch para la profesión, todavía distante; no quería morir