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ANGELA MARGARITA SERAFINA 85 las formandas como lo hizo con sor Catalina de Lara dándole or– den de regar un palo seco de naranjo hasta que reverdeciera. La hidalga dama obedeció, el palo cobró vida y a su tiempo dio frutos normalmente. Es la historia del árbol de la obediencia: por espacio de casi dos siglos vivió vigoroso como lección permanente de la eje– cución pronta y sencilla del mandato; y la lección se perpetúa aún hoy en un hijo del de Barcelona trasplantado a la huerta del con– vento de Gerona, donde se mantiene pujante. No era, sin embargo, ése el sistema que encajaba con su estilo de conducir a las religiosas. Le repugnaba dejar humillada a alguna. Habiendo averiguado que la maestra de novicias se conducía incon– sideradamente con las jóvenes, en concreto con sor María Angela Astorch, la depuso sin más, sustituyéndola por Isabel, identificada mejor que ninguna con su espíritu evangélico; ésta había aprendido de ella a respetar la personalidad individual y tenía como norma en la guía de las novicias que cada una fuese «maestra de sí mis– ma». Más tarde, su hermana la beata María Angela, formada en la misma escuela, dejaría escritas sus máximas de formación y buen gobierno, llevadas a la práctica en los conventos de Zaragoza y de Murcia. La fundadora dio mucha importancia· al papel del confesor en la recta orientación espiritual de la comunidad. Y fue afortunada. Al doctor Broquetas, eminente en doctrina y virtud, sucedió el san– to ermitaño Martín García, verdadero modelador de la primera ge– neración de capuchinas. Entretanto la obra del convento de la Riera estaba parada. La madre Serafina optó por regresar para activar personalmente los tra– bajos; así lo hizo con su comunidad el 28 de agosto de 1604. El 12 de septiembre se puso solemnemente la primera piedra. La fun– dadora no vería concluida la obra, no obstante las buenas promesas iniciales y el apoyo expreso del rey y la reina, que con fecha 4 de abril de 1605, en respuesta a cartas recibidas de ella, habían dado orden al virrey de ayudar a la construcción; idénticos despa– chos llegaron al Consejo de Ciento y a los díputados del reino. La fundadora volvió a escribir todavía al rey en 1607 y en 1608. Para entonces se había dado otro paso importante desde el punto de vista canónico: la confirmación pontificia en virtud de un breve

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