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82 «...el Señor me dio hermanos» capuchinos, las constituciones que observaban las capuchinas de Ná– poles, el convento de origen, y las de Roma. El obispo encargó la traducción al catalán al doctor Francisco Broquetes, confesor de la comunidad, y el 2 de febrero de 1603, en un acto sencillo de hondo significado, hizo la entrega del libro a la Madre Serafina como fundadora y abadesa, en presencia de todas. Poco después fue impreso el texto en catalán. Está integrado, fundamentalmente, por las constituciones de la reforma de santa Coleta, adoptadas por la de las capuchinas, com– pletadas luego y modificadas con arreglo a los estatutos del conven– to de Nápoles y a los decretos del concilio de Trento; pero las de Barcelona añaden otros quince capítulos, algunos de los cuales, muy significativos, se refieren a la vida espiritual y fraterna, otros deter– minan ceremonias y usos para la uniformidad de la vida claustral, verificados en tres años y medio de experimentación. Entre los méritos del texto barcelonés cabe destacar la clara intención de mantener la nivelación total entre las hermanas en cuanto a derechos y ocupaciones, y el clima de corresponsabilidad y de diálogo confiado en la dinámica interna de la comunidad; se insiste en la "cortesía religiosa", ya que "la falta de urbanidad es uno de los impedimentos que perturban a las personas recogidas". Con– tra la tendencia común entonces en algunas Ordenes religiosas, se prohibe poner "sobrenombres de santos y santas": cada una se lla– mará por el apellido de familia o por el lugar de nacimiento. Hay prescripciones también contra ciertos infantilismos que fácilmente se introducían en los conventos femeninos, como ''hacer confituras u otras cosas vanas para regalos" y tener "perros falderos". El eje de la jornada es la ocupación del culto y de la alabanza divina, y la oración mental; a ésta se dedican tres horas, una a la media noche después de los maitines, otra a la madrugada y la tercera por la tarde. La pobreza es total, sin dote ni posesiones ni rentas. Se insiste en la austeridad y en la separación exigida por la estrecha clausura. El obispo Sans definió a Angela Serafina "el evangelio platica– do y puesto por obra". Ese que podemos llamar instinto de evange– lio, fruto de la experiencia de lo divino más que de una reflexión consciente sobre las páginas bíblicas, es patente de modo especial
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