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ANGELA MARGARITA SERAFINA 79 La comunidad crecía más de lo que permitían los recursos. A poco de la inauguración admitió la fundadora otras seis. La mayor parte de las vocaciones provenían de familias de buena posición so– cial, algunas de la nobleza. Angela Serafina se mantenía fiel a la regla de santa Clara: nada de rentas ni de dotes; había que vivir del trabajo y de la buena voluntad de la gente, sobre la base evan– gélica del abandono en la divina providencia. Hubo momentos difí– ciles en aquellos comienzos: la pobreza se hizo sentir con todas sus apreturas; pero se siguió adelante gracias a la riqueza espiritual y al ardor de la juventud. Otras causas vinieron a enturbiar la felicidad de los primeros pasos. Una fue la actitud poco favorable de la curia eclesiástica por el modo impositivo que había usado el nuncio. Desde el punto de vista canónico quedaban aún muchos cabos sueltos, en concreto el de la validez del noviciado y de la subsi– guiente profesión, no siendo profesa ni siquiera la superiora. Al– guien creyó hallar la solución en la incorporación de sor Estefanía, la hija de la fundadora, a la nueva comunidad. Había de por medio una maniobra solapada, tendente a alejar a los capuchinos de la responsabilidad en la orientación espiritual de la fundación, como el breve del nuncio lo disponía. No faltaba quien hallaba demasiado personal y espiritualista -«carismático» diríamos hoy- aquel estilo de gobierno sin otra pauta que el ejemplo de la superiora y la «ley interior de la caridad», como lo define sor Isabel Astorch; y luego aquella especie de creatividad litúrgica, «según el uso de los ca– puchinos», por falta de una formación disciplinada en las rúbricas y los usos monásticos. Sor Estefanía se creyó en condiciones de remediarlo implantan– do en el convento de santa Margarita las ceremonias y el estilo de vida de su propio monasterio. Obtuvo en este sentido un breve del nuncio, fechado en Madrid el 4 de noviembre de 1599. Angela Sera– fina, cuando vio a su hija presentarse investida de la autoridad de abadesa, sin vacilar un momento tomó las llaves de la casa, se las entregó gozosa y humilde y le prometió obediencia con todas sus compañeras. La hija contaba entonces 23 años, ella 56. La experiencia fue fatal. El nuevo obispo de Barcelona, don Alonso Coloma, prelado de santidad reconocida, cayó pronto en
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