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78 «...el Señor me dio hermanos» quedaba «perpetuamente bajo el cuidado y la jurisdicción de los hermanos capuchinos». Era todo lo que la fundadora había pedido. Ahora había que pensar en el monasterio. La marquesa de Montesclaros, tras una larga entrevista con Serafina, tomó también por su cuenta esta se– gunda tramitación; más aún, supo despertar en la reina el deseo de conocer de persona a aquella mujer singular. El 22 de junio Se– rafina fue llevada a palacio e introducida en la cámara de la sobera– na, que quiso hablar con ella sin testigos. Doña Margarita de Aus– tria, en la flor de sus quince años, era profundamente piadosa; el coloquio fue largo y de alto tono espiritual. Antes de despedirse se presentó Felipe 111, que asimismo deseaba conocerla. Ambos le prometieron seriamente tomar el nuevo monasterio bajo la regia protección. Con el aporte personal de mil escudos de la marquesa de Montesclaros se pudo comprar y acomodar en forma provisional un edificio de la calle del Carmen en el barrio llamado Riera d'En Prim. El consell de la ciudad extendía su beneplácito el 1 de julio de 1599. Había que acelerar los hechos antes de la partida de la corte, y de ello se encargó el nuncio Gaetani. Dio orden de que el 5 de julio se trasladase la fundadora con sus compañeras a la nueva se– de. Serafina llevó consigo a cinco, las más identificadas con su espí– ritu, dejando a las demás al cuidado de Catalina Planes. A ellas se unieron otras cinco, entre ellas María Ortiz, dama de la marque– sa de Montesclaros. El 6 de julio, cumplida la formalización canónica, que requería el breve de fundación, por el vicario general sede vacante, fue la solemne inauguración presidida por el nuncio. Acudió toda la gran– deza de la corte. El nuevo monasterio recibió como titular a santa Margarita, virgen y mártir, en señal de gratitud a la bienhechora reina doña Margarita. Antes de salir de Barcelona quiso la joven soberana desquitarse de su ausencia, impuesta por el protocolo, el día de la inaugura– ción, yendo a visitar a Serafina en su convento, y se entretuvo con ella a solas por espacio de tres horas, ambas sentadas sobre la hier– ba del jardín.
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