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V paladines de la restauración católica en Europa central, como Lo– renzo de Brindis, Benito de Urbino y Marcos de Aviano; diplomáti– cos al servicio de la paz, como los mismos Lorenzo de Brindis y Marcos de Aviano; predicadores populares, como el ya citado José de Leonessa, Angel de Acri, Diego José de Cádiz y Esteban de Adoáin; fundadores, como José de Tous, Honorato Kozminski y Luis Amigó; maestros de novicios, como Ignacio de Santhia; após– toles del confesonario, como Honorato Kosminski, Leopoldo Man– dié y Pío de Pietrelcina; limosneros, que dieron testimonio del ideal capuchino por los caminos del mundo, como Félix de Cantalice, Ignacio de Láconi, Félix de Nicosia, Francisco M? de Camporosso y Leopoldo de Alpandeire; porteros, como Bernardo de Offida y Conrado de Parzham; enfermeros, cocineros, hortelanos, como Je– remías de Valaquia, Bernardo de Corleone y Crispín de Viterbo; y también héroes de la santidad oculta, vidas humanamente frustra– das, como Serafín de Montegranaro e Inocencia de Berzo. Puede decirse que no hay un solo rasgo de la vida capuchina que no tenga un genuino representante, siempre original e inédito, en este volu– men hagiográfico. A enriquecer la serie de modelos masculinos vienen las siete representantes de la versión femenina del ideal franciscano, heroínas de la «entrega a solo Dios, en soledad y silencio, en asidua oración y generosa penitencia» (PC, 7). También aquí la identidad se expre– sa en un pluralismo sorprendente de carismas. Clara de Asís revive en sus hijas, auténticos ejemplares de amor esponsal. Abre la marcha la fundadora M? Lorenza Longo, cuya vida de servicio a Cristo en los enfermos culminó en el encierro claustral; sigue la figura polifacéti– ca de Angela Margarita Serafina, fundadora del monasterio de Barce– lona, del que traen origen varias constelaciones de monasterios en Europa y en América; y tras ella su hija espiritual María Angela Astorch, forjadora de almas contemplativas, fundadora del monasterio de Murcia; esta triada de grandes místicas se cierra con Ursula Micaela Morata, hija espiritual de la Astorch y fundadora del monasterio de Alicante. Cronológicamente viene luego la que, por su importancia, ocupa el primer lugar: Verónica Giuliani, con la otra mística italiana M~ Magdalena Martinengo y, finalmente, la discípula de santa Veróni– ca, Florida Cevoli, que en fecha próxima será beatificada. Todas siete
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