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ANGELA MARGARITA SERAFINA 77 La fundación En medio de sus achaques, a veces mortales, había algo que la sostenía esperanzada y deseosa de vivir: su seguridad de que Dios la había destinado para fundar un convento de capuchinas según el espíritu de san Francisco y de santa Clara. Persuadida de que su anhelo se cumpliría en la hora que Dios tenía dispuesta, iba ya seleccionando a las que habían de formar con ella la primera comunidad. Y la hora de Dios sonó. Barcelona había recibido festivamente al joven rey Felipe 111, que acababa de celebrar en Valencia su boda con Margarita de Austria. En la vistosa comitiva figuraba en primer lugar el archiduque de Austria, Alberto, padre de la reina, con su esposa doña Isabel; se hallaba también el nuncio pontificio Camilo Gaetani. Tenía la infanta como limosnera a una dama muy dada a las cosas de Dios, Magdalena de san Jerónimo, la cual tuvo noticia de cuanto se decía de las gracias extraordinarias, raptos y luces divi– nas de Serafina. Fue sin más a buscarla en su propia casa; en la conversación supo de ella el proyecto de fundación, y le prometió ayudarla. La piadosa dama se dio buena maña para interesar, ante todo, a la marquesa de Montesclaros, que tenía gran cabida con la reina, y también a otros personajes de la corte; el capellán de la infanta hizo una visita personal a Serafina, teniendo la fortuna de presenciar uno de sus éxtasis. El asunto llegó hasta los jóvenes soberanos, que manifestaron ser de su agrado. No era necesario más . El 18 de mayo de 1599 Serafina tuvo una entrevista con el nuncio, quien quiso tener la petición por escri– to. El 28 de mayo el mismo nuncio, en virtud de sus facultades de legado a latere, expidió el breve de fundación, dirigido al obispo de Barcelona, al que comisionaba para la erección de un monasterio «bajo la regla de los menores capuchinos de san Francisco». La abadesa y las demás monjas que formaban la comunidad habían de llevar el hábito y el estilo de vida de las capuchinas de Roma y de Granada, «bajo estrechísima e inviolable clausura»; una vez establecido el monasterio, debían traerse, si fuera posible, dos o tres monjas de la comunidad de Granada. El nuevo monasterio
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