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ANGELA MARGARITA SERAFINA 75 mentada Serafina convencerla de que matrimonio, ni pensar. El pro– blema estaba en la dote para ingresar en un convento. Gracias a la liberalidad de un novicio capuchino que, al renunciar a sus bienes antes de profesar, dio los doscientos escudos que exigían las monjas franciscanas del convento de santa Isabel, pudo vestir el hábito la joven el 17 de septiembre de 1591, tomando el nombre de sor Este– fanía. Profesó el 29 de noviembre del año siguiente. Serafina dio un nuevo paso en la inserción en la familia fran– ciscana al ingresar en la Orden Tercera; profesó en ella el 26 de diciembre de 1593 en la iglesia de san Francisco en manos del pro– vincial de los observantes. Seguía vistiendo el hábito capuchino. Los arrobamientos de Serafina eran del dominio público. Lo que, en cambio, sólo conocían los sacerdotes que la trataban en el fuero íntimo era la causa secreta de aquellas manifestaciones: las comunicaciones inefables, las gracias de unión y ciertas experiencias singulares, como la que ella misma describió confidencialmente a su secretaria, que lo era ya Isabel Astorch. Había momentos en que le parecía quedarse sin corazón; un día se le apareció el Señor con un corazón en la mano y le dijo: -¿Conoces este corazón? -Bien veo, Señor, que es el mío; pero muy diferente está en mí de lo que está en vuestras manos -respondió Serafina. En otra ocasión sintió que se le asentaba el niño Jesús en el corazón y le decía: -Ahora sí soy señor de tu casa: veamos ¿qué harás tú? La respuesta fue un incendio de amor que la derretía. Alma específicamente franciscana, de todo tomaba impulso pa– ra sus altas contemplaciones, terminando casi siempre en un arroba– miento, como lo atestiguan las mismas que en aquellos años, siendo educandas, la acompañaban en sus salidas: «Cuanto veía y miraba le era despertador de las grandezas del Creador: la amenidad del los prados, la frondosidad de los montes, la inmensidad del mar y, sobre todo, la claridad y hermosura del cielo». Una vez, regando en casa una clavellina, se quedó arrobada por largo tiempo con la vasija en la mano. Pocos conocían asimismo el grado de su indentificación con Cris– to paciente. Ya en Manresa experimentaba cada viernes, desde la

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