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72 «...el Señor me dio hermanos» aquel mismo ideal de vida, que tan bien entonaba con sus aspiracio– nes, asemejándose a los capuchinos aun en lo exterior. Un día se presentó al padre guardián para pedirle licencia para vestir el hábito de su Orden. La respuesta fue como correspondía a semejante petición: -¡Andad, hermana!, no queráis engañar al mundo con esas hipocresías ni venderos por santa con tales exterioridades. Recibió el aviso con humildad, pero no se dio por vencida. Lo que no logró del guardián lo consiguió del provincial, padre Juan de Alarcón, quien le impuso el hábito capuchino por su pro– pia mano. Desde aquel día toda Manresa la vio caminar con su rudo sayal ceñido de tosca cuerda, sus pies descalzos, las manos en la manga, en profundo recogimiento, despreocupada de lo que la gente pudiera decir. Esto sucedía a principios de 1586. El mismo padre Juan de Alarcón, que había conocido en Ná– poles el monasterio donde tuvo origen la reforma de las capuchinas, pudo haberle hablado del estilo de vida de estas monjas, sin dote -Y sin posesiones. Era eso lo que Angela soñaba: «¡Un monasterio de monjas capuchinas, donde pudiese entrar y profesar yo y otras viudas y doncellas, hijas de padres honrados y pobres, sin necesidad de dote!». Seguía doliéndole el hecho de que, por falta de ese requi– sito, ella hubiera tenido que renunciar a realizar su vocación verda- . dera. Una visión simbólica, en medio de un largo éxtasis ante el Cristo de la capilla de los capuchinos, le dio la seguridad de que su deseo se convertiría un día en realidad. Y pensó que debía prepararse para cuando el designio de Dios se cumpliese. Ella, todavía analfabeta, no estaba en condiciones de recitar el Oficio divino, ocupación esencial de una comunidad de monjas. Tomó, pues, una resolución original: rogó a Bernardo Al– boy, estudiante de catorce años, que fuera a su casa para enseñarles a leer a ella y a su hija: «Al poco de ir a su casa -declaró más tarde él mismo, siendo párroco- y darle las primeras lecciones, vi que Angela conocía ya el abecedario y tuve muy poco que hacer para enseñarla, porque en breve supo deletrear y aprender luego a leer».

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