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68 «...el Señor me dio hermanos» era la afición al juego: en poco tiempo la exigua dote y el ajuar llevado de casa de sus amos siguió el mismo camino que el patrimo– nio y los ingresos del sastre. Y lo peor era el comprobar que el dinero que Serafí le negaba a ella para el gasto diario iba a parar a otras mujeres: «vivía muy abarraganado», dice crudamente el an– tiguo manuscrito. Angela probó todos los medios para hacerle volver al buen ca– mino; lo envolvió en atenciones y muestras de afecto. Todo inútil: cuanto más ponía de afabilidad y de motivaciones superiores en sus insistentes exhortaciones, tanto más se mostraba él esquivo y aun violento, llegando a maltratarla de palabra y de obra. Por fin ella optó por ocultar su dolor en el silencio y en la sumisión humilde. Llegó el desaprensivo marido al ultraje mayor que una esposa puede soportar: trajo a su casa a la amiga y obligó a Angela a atenderla y servirle como a una dueña. Hubo momentos en que Angela abrigó la esperanza de un cam– bio en la vida desarreglada de Serafí. Uno fue cuando, al año y medio del casamiento, lograron el primer fruto de aquel amor difí– cil: dos gemelos, niño y niña, que fueron bautizados el 2 de octubre de 1576 en la citada parroquia con los riombres de Pedro Francisco Pablo y Bárbara Francisca Paula. El niño falleció a los dos meses. El segundo momento fue al sentirse Serafí gravemente aquejado de un mal, que pudo ser efecto de sus desórdenes. Angela le prodi– gó sus cuidados con amor sin límites, y él le pidió perdón recono– ciendo sinceramente su mal comportamiento. Movido quizá del de– seo de alejarse de un ambiente fatal para él o de los acreedores, ya que vivía de prestado, se trasladó con la familia a Vilafranca del Penedés en la primavera de 1580. Fue en esta población donde vio la luz el tercer fruto del amor conyugal: una niña, que fue bau– tizada el 15 de febrero de 1581 con los nombres de Angela Francis– ca Paula Coloma. Serafí, lejos de enmendarse, también en Vilafranca «se acompa– ñó con gente de mala vida». A los diez meses de permanencia regre– saron a Barcelona. Recayó en el mismo mal. La penuria era angus– tiosa y Angela se enfrentaba cada día con el problema de la subsis– tencia. De ello se sirvió el demonio para poner a prueba su misma fidelidad al amor jurado a aquel hombre. Un individuo, que reda-
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