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66 «...el Señor me dio hermanos» Sirvienta en Barcelona La muerte de Na Coloma debió de ocurrir por el año 1557. Matías Prat, viudo con seis hijos en edad infantil, optó por con– traer matrimonio con una mujer de nombre Eufrasina, de la cual tuvo todavía otros hijos, que vinieron a acrecentar la familia. Este cambio en el panorama interno de la casa del trull obligó a Angela, y sucesivamente a lo que parece, a los demás hijos de Coloma, a tomar otro rumbo. En efecto, consta que la casa y el trujal, fueron heredados, a la muerte del padre, por un hijo de Eufrasina. Nuestra jovencita, cuando contaba dieciséis años de edad, hubo de tomar el camino de Barcelona en busca de alguien que, a cuenta de unos años de servicio doméstico y de cierto barniz de modales sociales, le proporcionase, llegado el tiempo, un acomodo modesto. Esto sucedía corrientemente en aquella época. Fue acogida en casa del mercader Salvador Molina, que tenía su casa y su establecimiento en la calle de Cambios, la zona más concurrida de traficantes y tenderos. No tardó en ganarse el aprecio de la dueña por la docilidad y destreza que mostraba para toda clase de faenas y por su disposición para labores delicadas, «salien– do maestra en la de oro, que llaman de cadenilla», escribirá su fu– tura secretaria Isabel Astorch. Pero Molina disponía también de ella para recados concernientes a su mercadería. Y precisamente en estas andanzas por calles y factorías es don– de hay que situar la larga serie de sobresaltos, que ella referirá a esa misma confidente, ponderando el amor con que Dios había pro– tegido en aquellos años su honestidad. De sus dotes físicas nos ha dejado sor Isabel algunos rasgos, trazados cuando ya el atractivo juvenil había quedado atrás: «Fue de estatura más que mediana y bien tallada, su hermosura rara, y la puso en hartos aprietos cuando estaba en flor ... Tenía el rostro muy blanco, grave y modesto, que componía a quien la miraba; la frente harto grande, los ojos negros y bellos, las cejas altas y arqueadas, la nariz aguileña, las mejillas algo largas, pero especta– bles, su boca un tantico grande sin fealdad alguna, los labios algo belfos, las manos muy blancas y largas, ágiles para cualquier labor. En todas sus acciones era por extremo airosa y agraciada sin afecta-

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