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Presentación Todos juntos completan la imagen del perfecto hermano menor (cf. EspPerf 85) La santidad, una de las propiedades de la Iglesia de Cristo, no es otra que «la plenitud de la vida cristiana mediante la perfec– ción de la caridad» (Conc. Vat. 11, LG, 40). En términos paulinos, es la tensión de una vida cuya meta se cifra en alcanzar la estatura del hombre perfecto, la plena madurez de Cristo (Ef 4, 13). Para Francisco de Asís santo es cualquier . cristiano que toma en serio el seguimiento de Cristo y el radicalismo evangélico. Dócil a la ac– ción del Espíritu, se convierte, aún sin pretenderlo, en testigo de la santidad de Dios y de la fuerza transformante del Reino. En todos los estados se da la santidad. Pero es normal que produzca frutos más copiosos en las varias formas de vida consa– grada, donde la tensión cristiana logra niveles más altos, en virtud de la totalidad del compromiso, del ideal de vida fijado y de los medios de santificación que el mismo estado ofrece. La familia franciscana, con la variedad de sus ramas y de sus expresiones, cuenta con un largo catálogo de ejemplares de santi– dad, reconocidos como tales por la Iglesia: 128 santos y 242 beatos. De ellos corresponden a la reforma de los capuchinos y de las capu– chinas 11 santos y 15 beatos. Naturalmente, no es cuestión de estadística; ni se debe limitar el número de los héroes de la santidad a la galería de los que han sido distinguidos con el honor de los altares o están en vías de reci– birlo. Hay otros muchos cuyo recuerdo se limita al elogio en el necrologio de la provincia respectiva y son muchos más numerosos los santos anónimos que pasaron por nuestras comunidades dejando una huella imperceptible a los ojos humanos, pero cuya muerte fue
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