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Serafín de Montegranaro El santo a quien prohibieron hacer milagros Egidio Picucci y Giuliano Menghini Era el 16 de julio de 1767: fray Serafín de Montegranaro, her– mano no sacerdote de los capuchinos de Las Marcas, es proclamado santo al mismo tiempo que Juan Cando, José de Calasanz, José de Cupertino, Gerónimo Emiliano y Juana de Chanta!. Una constelación de selectos, surgida cuando el protestantismo trastornaba a Europa, y florecida en un mismo día, en la vigilia de la Revolución Francesa, cuando jansenistas y filósofos se afana– ban en destronar santos : respuesta del cielo a la orgullosa sabiduría humana. Aquel día, la túnica de paño tosco del humilde capuchino no desentonó junto a la túnica ligera de la fundadora de las Visitandi– nas, ni estuvo fuera de lugar su escasa ciencia, inferior ciertamente a la de José de Cupertino, cercano a la doctrina de Gerónimo Emi– liano y José de Calasanz, fundadores de escuelas y de congregacio– nes religiosas. El había «sabido leer y comprender el gran libro de la vida que es nuestro Señor Jesucristo: por este título merece con– tarse entre sus principales discípulos», dirá Clemente XIII en la bula de canonización. Eso sólo bastó para ponerlo a la altura de los otros. «Era un pobre peón» Había nacido en Montegranaro, un pequeño pueblo con sus be– llas casas todas al sol, hacia 1540. Segundo entre cuatro hijos, se
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