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FELIX DE CANTALICE 47 mendicante de pan, hacia las puertas del buen pueblo romano, sino en derechura a las puertas relucientes del cielo, donde estaba prepa– rado para él el Pan de vida eterna. Era el 18 de mayo de 1587. El sol se ocultaba tras el Janículo, emergiendo en sus resplan– dores la cúpula inacabada de Miguel Angel. El jardín conventual rezumaba del olor de la primavera. Pero la celdilla de fray Félix estaba vacía. Del pequeño campanario de San Nicolás de Portiis se difundía el gozoso sonido de las campanas de Pentecostés, que aquella tarde parecía celebrar el paso de fray Félix de la historia de los hombres a la paz de Dios, en la luz de la eterna primavera. Los últimos momentos habían sido serenos, sin penalidades -tal vez porque fray Félix había vivido siempre en paz con todos- , sin haber molestado nunca ni al más pequeño de los hermanos. En la gloria de los santos El fiel que entra en la iglesia de la Concepción de vía Véneto, observa, en la segunda capilla de la izquierda, un bello sarcófago de mármol antiguo, sobre el que se apoya la mesa del altar. Encie– rra los despojos mortales de fray Félix. El bello sarcófago fue conseguido de limosna por él. Poco an– tes de su última enfermedad, se llegó a la casa del humanista Ale– jandro Poggio. Este era gran amigo de fray Félix y le ofreció sus servicios . Y el frailecillo, contra toda su costumbre, ejerció de diplomático. - Alejandro mío, de ti espero un servicio que te costará mucho. Y, una vez tranquilizado, ante el estupor incrédulo del huma– nista, le pidió uno de entre los tres sarcófagos. A pesar de la estima en que lo tenía, se lo envió al convento. Y fue éste el que acogió su cuerpo, cuando, en febrero de 1588, estuvo expuesto a la venera– ción de los fieles en la iglesia de San Nicolás. La misma tarde del 18 de mayo, apenas muerto fray Félix, el pueblo romano empezó a venir a verlo. El convento fue asediado, y habiéndose cerrado las puertas, con escaleras y cuerdas fueron escalados los muros. Fue preciso plegarse a la voluntad del pueblo

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